El viaje en las novelas del Siglo de Oro (XXIV)

La eterna y supuesta disputa entre Luis de Góngora y Francisco de Quevedo | Revista Aullido

Los viajes de las novelas cervantinas no pertenecen al género del relato de viaje propiamente dicho, pero presentan características muy próximas que merece la pena subrayar

José González Núñez.- El destierro, la peregrinación, la fragilidad del ser humano, la condición de extranjería o la mirada histórica (“La historia es ejemplo y aviso del presente, advertencia de lo porvenir”). El viaje se plantea en la obra de Miguel de Cervantes como forma de conocimiento, como camino de iniciación o aprendizaje vital, que es al mismo tiempo camino de libertad, de apertura a un mundo nuevo y extraño, en fin, como un estado de vida en el que prima la aventura.

El diálogo de Rinconete y Cortadillo tras su encuentro en la venta del Molinillo, resulta muy ilustrativo en este sentido: “… y, sentándose frontero el uno del otro, el que parecía de más edad (Rincón) dijo al más pequeño (Cortado): -¿De qué tierra es vuesa merced, señor gentilhombre, y para adónde bueno camina?/ -Mi tierra, señor caballero -respondió el preguntado-, no la sé, ni para dónde camino, tampoco (…); el camino que llevo es a la ventura”.

Algo parecido puede decirse de la llamada “novela picaresca”, que tuvo un gran desarrollo durante la segunda mitad del siglo XVI y la primera mitad del siglo XVII. Tres son las cumbres de este tipo de narrativa, cada una de las cuales adopta un tono satírico y espíritu moralizante diferentes: Lazarillo de Tormes (¿anónimo?), Guzmán de Alfarache (Mateo Alemán) y El Buscón (Francisco de Quevedo).

Entre Salamanca y Toledo

La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades (más conocida como Lazarillo de Tormes) es una novela española a la que se le han atribuido diversas autorías (Alfonso de Valdés, Diego Hurtado de Mendoza, Pedro de Rúa y otros), escrita en primera persona y en estilo epistolar (como una sola y larga carta), cuyas ediciones conocidas más antiguas datan de 1554.

Lazarillo de Tormes/Img. Blanco y Negro

Lo que más interesa aquí es recoger el viaje emprendido por Lázaro con el ciego entre Salamanca y Toledo, de cuyas razones da cuenta el autor en los siguientes términos: “Cuando salimos de Salamanca, su motivo fue venir a tierra de Toledo, porque decía ser la gente más rica, aunque no muy limosnera. Arrimábase a este refrán: ‘Más da el duro que el desnudo’. Y vinimos a este camino por los mejores lugares. Donde hallaba buena acogida y ganancia, deteníamonos; donde no, a tercero día hacíamos San Juan”.

De los lugares por donde pasaron primero figura Almorox, de la jurisdicción de Escalona, que es el escenario del episodio de las uvas; después Lázaro y el ciego pasaron por la misma Escalona, población situada junto al curso del río Alberche, en donde Lazarillo engulló y devolvió la longaniza; más tarde, el picaruelo huyó a Torrijos para volver sobre el mismo camino a Maqueda, “adonde me toparon mis pecados con un clérigo que, llegando a pedir limosna, me preguntó si sabía ayudar a misa”. Finalmente, el muchacho lograría alcanzar Toledo.

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Novela realista

El Guzmán de Alfarache es seguramente la primera novela plenamente realista de la Europa moderna. El libro representa una nueva forma de relatar, en la que la invención se utiliza para construir la realidad y en la cual se mezclan de forma compleja e interesante materiales narrativos y didácticos, dando lugar a páginas cuya escritura hace vislumbrar algunos de los rasgos cervantinos. Entre los primeros se cuentan no solo la trayectoria personal del pícaro, convertido en un Ulises de la marginación por Mateo Alemán, sino que se entremezclan diversos cuentos, facecias y anécdotas populares (las “consejas”); por lo que respecta a la materia didáctica, se encuentran los “consejos”, que incluyen todo tipo de digresiones críticas, satíricas o morales en forma de sentencias, máximas, refranes e incluso sermones.

La desesperanzada odisea de Guzmán desde su experiencia de niño prófugo hasta su confinamiento en galeras, sin Penélope alguna que lo espere ni Ítaca a la que regresar tras sus peregrinaciones y pillajes por España e Italia, contada con perspicacia y una prolija y vivaz descripción de lugares, ambientes, personajes y situaciones, tuvo un éxito sin precedentes en su época y dejó una huella visible en escritores y lectores de las centurias posteriores.

La Historia de la vida del buscón llamado don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños, en su forma abreviada El Buscón, es un relato de la peripecia vital, llena de aventuras fracasadas, del pícaro don Pablos de Segovia, desde su infancia, en la que las continuas humillaciones a las que se ve sometido le hacen aprender para sobrevivir las artes de la picardía, a la proyectada fuga a Indias en busca de mejor fortuna y un mundo menos inmisericorde. Y entre ambos momentos todo un deambular de vagamundo.

Primero hace un viaje de ida y vuelta de Segovia a Alcalá de Henares y, luego, decide ir primero a Toledo y más tarde a Sevilla, el auténtico emporio comercial de aquel tiempo. Por último, pensó pasarse a Indias, “a ver si, mudando mundo y tierra, mejoraría mi suerte”. Sin embargo, parece que esto no ocurrió, “pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres”, como sentencia su autor, Francisco de Quevedo, quien también acumuló en sus pies deformes un número considerable de leguas, sobre todo como consecuencia de los servicios diplomáticos prestados al Conde de Osuna, virrey de Sicilia y Nápoles durante el reinado de Felipe III (Niza, Venecia, Roma, Nápoles…), y al Conde-Duque de Olivares, valido de Felipe IV (Andalucía, Aragón y Castilla).

Peregrino de amor

Para finalizar este pequeño recorrido por el Siglo de Oro español, referiremos el soneto dedicado por Luis de Góngora al “peregrino de amor” que, viéndose desdeñado por su amada, emprende un incierto viaje por un paisaje desolado. El peregrino se pierde en la montaña, pero, ya echada la noche encima, el latido de un perro lo guía a un albergue donde los campesinos le brindan hospedaje; a la mañana siguiente, el peregrino divisa una hermosa pastora envuelta en armiños (símbolo de pureza y castidad), y se enamora perdidamente de ella, olvidando el amor motivo de su peregrinar.

Así dice el texto, De un caminante enfermo que se enamoró donde fue hospedado: “Descaminado, enfermo, peregrino,/ en tenebrosa noche, con pie incierto,/ la confusión pisando del desierto, voces en vano dio, pasos sin tino.// Repetido latir, si no vecino,/ distinto oyó de can siempre despierto,/ y en pastoral albergue mal cubierto/ piedad halló, si no halló camino.// Salió el Sol, y entre armiños escondida,/ soñolienta beldad con dulce saña/ salteó al no bien sano pasajero.// Pagará el hospedaje con la vida:/ más le valiera errar en la montaña,/ que morir de la suerte que yo muero”.

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