OBJETIVIDAD Y ESTILO DIRECTO

OBJETIVIDAD Y ESTILO DIRECTO

Acaba de surgir otro vocablo que requiere una explicación, por muy breve que sea. Se dice de un estilo que es objetivo cuando el escritor se olvida de sí mismo y procura dar al lector una impresión exacta de las cosas. Lo contrario de la objetividad sería el subjetivismo, es decir, la continua proyección del escritor, del autor, ante la mente del lector. El autor objetivo dice lo que son las cosas. El escritor subjetivista expone  su parecer, lo que él cree que son.

La objetividad nos lleva a tratar de lo que hoy se llama «estilos directos, de gran valor en la descripción y en la información escueta. Cuando se escribe directamente» el autor desaparece; no se le ve. Lo que se ve es lo que se quiere narrar, describir o fijar en la imaginación del lector.
Este procedimiento o estilo tiene más fuerza, se graba con más facilidad,
nos da la impresión de algo que está sucediendo ante nuestra vista.

Veamos, como ejemplo, unos párrafos de estilo descriptivo directo:
«Es el viernes, siete de noviembre. Concarneau está desierto. Por encima de la muralla que rodea la ciudad, en su parte vieja, se distingue el reloj luminoso que marca las once menos cinco.

Hay pleamar. En el puerto, un huracán del suroeste hace que los barcos choquen entre sí. El ciento penetra en las calles arrastrando velozmente por el suelo pedazos de papel.

En el muelle del Aiguillán no se percibe luz alguna. Todo aparece cerrado. La poblacián reposa. Sólo están iluminadas tres ventanas del «Hotel del Almirante», situadas en el ángulo que forman la plaza y el muelle. No hay persianas. pero a través de los cristales verdosos se distinguen algunas siluetas de clientes rezagados. Cien metros más allá, el carabinero que está de guardia en el muelle, los mira con envidia acurrucado en su garita.

En estos párrafos todo es estilo directo. No se ve al autor, sino que vemos lo que él está viendo, como si fuésemos nosotros espectadores de lo que narra.

Pero el estilo directo no sólo se emplea al describir el mundo externo, sino también el interno, el psíquico. Y ello es así cuando el autor nos hace sentir 10 que él está sintiendo, pensar lo que está pensando, directamente, sin explicaciones.

Consideremos una muestra de estilo directo «interior»:

«Estoy escribiendo acerca de! estilo directo. Quiero dar una definición lo más exacta posible. No la encuentro. Busco y rebusco en diversos tratados de Estilística. ¿Es que nadie sabe lo que es estilo directo?
Me detengo, ceso de escribir; me pongo a pensar. Por fin me decido a dar una definición … ¿Habré acertado? ¿No habré dicho algún disparate? ¿Para qué me habré metido en este lío? Debería romper las cuartillas escritas; pero ¿por qué romperlas? Lo mejor es dejarlas reposar un poco.
Sí; dentro de unos días volveré a leer lo escrito y, si entonces me parece bien, es que está bien. Suspendo, pues, la escritura. Enciendo un pitillo; abandono la mesa de trabajo; tomo asiento en una cómoda, poltrona.»
¡Qué agradable es esto de no hacer nada! ¡Qué hermoso no pensar en nada!»

En este párrafo, como verá el lector, las sensaciones del que escribe.
su mundo interior, no se explican, se muestran.

Veamos ahora unos párrafos en los que hay estilos-indirecto-y directo-. Son de un artículo de Pemán, publicado en el año 1930 en «El Debate» :

«Hora: las siete de la tarde. La hora frágil e indecisa, rebelde a toda
disciplina de horario medico. Ni es de día ni es de noche; ni hora de dormir…”
trabajar ni hora de dormir … ».De «El perro canelo». de G, Simenon.

y  más adelante dice:

Lugar: un bar: ningún símbolo mejor de la inquietud de la vida moderna. El bar es el bebedero de los pájaros alocados de esta gran jaula de oro que es la ciudad moderna ...

Subrayamos en estos párrafos, con letra cursiva, las frases escritas en estilo «indirecto», es decir, aquellas frases que nos obligan a pasar por la mente del escritor antes de llegar a las cosas; No se describe directamente, sino que se juzga, se explica lo que el autor piensa acerca de un suceso, un objeto o una cosa.

Y entiéndase esto bien. Por humana y natural vanidad, todo el que coge la pluma tiende a hacer piruetas ante el lector. Quiere que se le vea, se le escuche y se le atienda. Su «yo» aparece continuamente. ¡Tremendo peligro! Nada hay que empache tanto como el exhibicionismo.
El lector, por regla general, quiere saber «cosas (en el más amplio sentido de la palabra), pero no le importa mucho lo que el escritor opina sobre esas «cosas». Es en el comentario o en el artículo firmado en donde tiene cabida el modo de concebir del escritor. Pero no siempre se opina ni se tiene que forjar opinión. Más aún: diríamos que, en ocasiones, el
mejor modo de convencer es a base de hechos. Yo, lector, quedo más convencido ante una demostración de lo que ha pasado, que ante una versión personal a base de apreciaciones y juicios sobre lo que ha pasado.

En resumen, el buen estilo informativo exige objetividad e impersonalidad. Los hechos son los que mandan y el que los describe sólo tiene que obedecer a esos hechos, contarnos

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