La Educación es un derecho, algo que todos los habitantes del mundo occidental saben y ni siquiera se plantean.
Eso es lo bueno.
Lo malo es que muchos no reconocen el nombre de Malala Yousafzai – y todo lo que representa – cuando lo escuchan, como un sucio reflejo de esta sociedad nuestra cada vez más egoísta y egocéntrica en la que lo medianamente ajeno no forma parte del mundo en el que vivimos.
Hoy en día, Malala es una mujer de 20 años que estudia un grado en política, filosofía y economía en la prestigiosa universidad británica de Oxford, y que es noticia porque ha vuelto a su casa, Pakistán, por primera vez desde que un pistolero talibán le disparó en la cabeza por su defensa de la educación de las niñas en este país.
“Echo de menos todo en Pakistán … desde los ríos y las montañas hasta incluso las calles sucias y la basura alrededor de nuestra casa, y mis amigos y cómo solíamos charlar sobre nuestra vida en el colegio o cómo solíamos pelearnos con nuestros vecinos” son palabras textuales de esta ya mujer que se convirtió en la persona más joven en recibir el premio Nobel de la Paz en 2014.
Después de que el ejército paquistaní expulsara a los talibanes a mediados de 2009, ella se erigió como un símbolo por el derecho a la educación de las niñas, con un blog que comenzó cuando los talibanes estaban aún en el poder y con un documental sobre su figura.
Aquello la convirtió en una diana para los fundamentalistas; y en 2012, un hombre armado abordó su autobús escolar, la separó del resto y le disparó para acabar con su vida y con sus ideas.
Tras el incidente, al que sobrevivió de manera milagrosa, fue llevada a Reino Unido para ser operada y ha permanecido allí, fuera de su país, desde entonces; un tiempo en el que ha escrito el Best-Seller “Yo soy Malala”, y ha creado una fundación para la educación de las niñas en todo el mundo.
Un ejemplo.
(Fuente: Reuters)
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