¿QUIÉN NO SE HA SENTIDO CULPABLE ALGUNA VEZ?

EL VIEJO PROFESOR

– Culpable por trabajar demasiado,
– por ser madre-maruja,
– por mirar más al móvil que a mis hijos,
– porque les consiento demasiado,
– por no haberle dado un hermanito,
– porque tenía que haberle llevado al médico antes,
– y encima no le organicé la fiesta de cumpleaños como la de su amiga,
– y luego ese grandullón que se metió con él en el parque y no supe defenderle,
– porque le obligué a comerse los guisantes que le daban-arcadas,
– porque es tímida y le cuesta hacer amigos,
– porque miente,
– porque está gordito,
– porque es miope como yo,
– porque ayer nos oyó discutir.
¿Quién no se ha sentido culpable alguna vez?

La culpa, junto con la vergüenza y el orgullo, forman lo que se denominan «emociones autoconscientes». Estas tres emociones, a diferencia de las emociones básicas (sorpresa, asco, miedo, alegría, tristeza e ira), tienen en común que implican una evaluación que la persona hace de su propio yo, bien positiva o negativa. Paradójicamente, aunque se denominen «emociones autoconscientes», en muchas ocasiones nos pasan desapercibidas y nos acompañan a lo largo de la vida como una mochila pesada en la espalda, como una carga a veces difícil de llevar.

Algunos autores las han denominado «emociones sociales» porque guardan una estrecha relación con
las normas y valores de la cultura en la que la persona está inmersa. También porque en muchas ocasiones se producen en contextos interpersonales. La culpa también tiene este matiz social, ya que muchas veces nos sentimos culpables de lo que no hemos hecho, de no haber atendido a alguien suficientemente, de haber decepcionado a un ser querido, de haber perjudicado a otra persona, etc. Los pacientes describen la culpa como un peso, como una opresión o como un vacío. Un vacío que, ante los fracasos y problemas de los hijos, resulta quizás aún más doloroso.

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Así, la culpa conlleva un juicio negativo sobre nuestras acciones o pensamientos. Y a veces termina por
hacernos daño físico: tensiones, contracturas, dolores culpa y evitamos actuar de un modo que no deseamos o que sería perjudicial para nosotros o para las personas que nos rodean. La culpa actuaría en este caso como un protector.

También existe una culpa» insana», que nos abruma y nos encierra en nosotros mismos, y que no nos permite tomar contacto con el daño que hemos causado al otro: «Me siento tan mal con mi propia culpa que no consigo ver tu dolor». Con mi culpa sufro, siento dolor, me castigo, y el hecho de cumplir un castigo de alguna forma alivia mi culpa. Un círculo muy peligroso que nos puede arrastrar, bloquearnos y dejarnos pegados a la culpa.

¿ Qué podemos hacer con esa culpa insana, irracional e hiperexigente? ¡Cuidado! Culpa insana, pero no inútil. Quizás baste con pararnos a sentirla, atravesarla y encontrar debajo de ella la rabia de no poder
ser felices con la frustración de no alcanzar nuestro ideal, la rabia de no dejarnos ser nosotros mismos.
Después de todo, si le hacemos un hueco, quizás la culpa» insana» nos enseñe la lección de cómo aceptar nuestras limitaciones y darnos licencia para bajar un poco el listón.

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