EL ARGUMENTO

EL ARTE DE ESCRIBIR

EL ARGUMENTO

A pesar de que la fábula sea necesaria a la novela -que no al simple relato de sucesos-, no obstante, según afirma W. Kayser, «no es extraño que el autor, habiendo concebido claramente el tema general, comience la novela sin saber cómo va a continuar su historia, sin tener una fábula. Así lo hizo, por ejemplo, Thackeray con su obra maestra, Vanity Fair. Se puso a escribirla sin haber trazado un camino, sin preocuparse de dónde iría por fin a desembocar. También se asegura que Dickens y otros autores de novelas por entregas ignoraban con frecuencia lo que había de suceder en la siguiente entrega».

Lo normal, sin embargo, es que el novelista o cuentista sepa, antes de escribir, lo que tiene entre manos. Lo contrario sería como si los arquitectos construyesen sin sujetarse a pian alguno, que edificasen como los niños: poniendo un ladrillo aquí, una puerta allá y el techo … donde salga.

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El propio Kayser nos cuenta cómo formuló Goethe la fábula de su obra: «Las penas de Werther» («Werther Leiden»): » … presentó a un joven, dotado de profunda y fina sensibilidad y de verdadera penetración, que se pierde en sueños y divagaciones y se ·va minando con especulaciones basta que, por fin, destrozado por pasiones desgraciadas, especialmente por un amor infinito, se mete una bala en la cabeza.» y comenta Kayser: «Las expresiones se pierde, se va minando, hasta que, por fin, testimonian claramente el carácter de omposición de la fábula.»

Lo importante, en suma, en esta cuestión del argumento es saber ver un tema posible entre la múltiple y frondosa anécdota de la vida.

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Vamos, por ejemplo, en un autobús. Junto a nosotros, un señor ya «otoñal» está intentando parecer «primaveral» a los ojos de una jovencita que coquetea ligeramente con el caballero. De pronto, una parada. La señorita que baja del autobús y el caballero que intenta seguirla; pero que se decide tarde. El autobús cierra sus puertas y arranca veloz.[/mks_pullquote] El “otoñal» sigue con la mirada a la joven que, ya en la acera, le corresponde con una sonrisa … y nada más. Con esta simple anécdota, el narrador de fibra puede urdir un buen cuento. De él depende seguir a estos dos seres, desde el autobús a sus casas. Ponerlos en contacto de nuevo o que no se vean nunca más. Del escritor auténtico -del artista creador=- depende el que este simple suceso pueda ser el tema de un relato interesante en el que se nos pinte la angustia de una simpatía que se perdió, apenas nacida, en el tráfago de la gran ciudad.

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