EL VIEJO PROFESOR
Cuando pensamos en la importancia de cuidar el bien común en el seno de la familia, entendemos que, como padres, debemos fomentar la virtud de la generosidad. En los hogares, la generosidad es el ejemplo de cada día. Empieza por los padres, que empeñan gustosos su tiempo, su esfuerzo y sus ingresos para el bien de todos. Sigue en los hermanos. Aunque discutan o rivalicen, se apoyan los unos a los otros.
Pero en el aula la situación es diferente y, además, hemos vivido una enorme transformación en los últimos años. Hemos pasado de unos sistemas educativos en los que la competitividad era extrema y se fomentaba la falta de colaboración con tal de cumplir el objetivo de ser el mejor a un modelo en el que, a fuerza de anular los conceptos de buenos y malos, hemos desmotivado a los alumnos para superarse a sí mismos.
El equilibrio es prácticamente imposible de alcanzar pero, como explica Alberto Royo, necesitamos acompasar las bondades del trabajo colaborativo y cooperativo con la importancia del esfuerzo personal, individual. La clave está en cambiar el ángulo de enfoque desde el que se afronta el estudio.
Royo no comprende por qué una sana competitividad está tan bien vista en el deporte y, sin embargo, se considera mala en el área académica. El reto está en inculcar a los alumnos que no están compitiendo contra el resto de la clase sino contra ellos mismos, con el objetivo de superarse.
De esa manera, superarse a uno mismo deja de estar reñido con cooperar con los demás, porque ayudar a los demás en ningún caso redunda en perjuicio propio: lo importante no es si llego el primero sino si llego mejor de lo que llegué antes. Bajo este prisma, ayudar a los demás a mejorar es un ‘nosotros’ que también servirá al alumno que está siendo generoso a repasar la materia, comprenderla mejor y hacerla suya.
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