A CONTRACORRIENTE
ENRIQUE ARIAS VEGA
Utilizo el hashtag de un programa televisivo para titular este artículo: Dormir es de cobardes. Se trata de un espacio retransmitido de madrugada con partidos en directo de la NBA. Qué quieren que les diga: soy un fan del básquet.
Pero también soy un insomne, como ese porcentaje de ciudadanos —entre un 20 y un 48 por ciento— que lo padece con mayor o menor frecuencia.
Somos, por consiguiente, muchos los que sufrimos la falta de sueño en una medida u otra y por las razones más diversas, incluso las que no han sido ni serán diagnosticadas. En mi caso, me siento, pues, identificado con los noctámbulos seguidores del programa baloncestístico de Guillermo Giménez y Antoni Daimiel. También comparto, por eso mismo, la calificación de camastrones que dedican a quienes no estén despiertos a las seis de la mañana locutores radiofónicos como Carlos Herrera.
Traigo aquí estas observaciones personales para reforzar mi profunda convicción de que existen, al menos, tantos insomnes como trasnochadores y no porque aquéllos tengan la conciencia intranquila, como se decía antaño, sino porque éste parece ser un fenómeno creciente e irreversible.
Según un amigo psicólogo, no existe una causa única de esta situación ni un remedio general que la solucione. Es más: para él, la cosa puede ir en aumento, a medida que nuestras certidumbres de antaño den paso a una paulatina y progresiva inseguridad. Se trata de la situación económica, que no volverá a ser tan boyante como la de hace diez años; la social, en que aumentan las desigualdades; la sanitaria, con más achaques por el prolongado envejecimiento de las personas y la reducción de ayudas institucionales; la política, con más incertezas sobre nuestro futuro, etcétera, etcétera.
O sea, que nos sobran razones para no echarnos a dormir…
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