EL TIEMPO EN LA NARRACIÓN

EL ARTE DE ESCRIBIR

El «tiempo» en la narración.

Normalmente, en las narraciones largas -novelas- suele escribirse en tiempo pasado (imperfecto o indefinido). En cambio, en los relatos breves -cuentos- es preferible el presente, siempre que se trate de una narración actual. En el cuento clásico («Érase una vez …), en el que la acción se sitúa en época remota, es casi preceptivo utilizar el tiempo pasado. Ejemplo: «… Y entonces el rey, indignado por la respuesta del vasallo, mandó que le dieran cien azotes … «

Narración actual. Dos ejemplos:

«El escritor Lorenzo Martínez, hombre delgaducho y nervioso, había decidido. –por consejo médico- pasarse una temporada fuera de la ciudad, para descanso. y recuperación de sus maltrechos nervios, para curarse de sus insoportables insomnios. Pero. he aquí que, ya en plena Naturaleza, comprobó con dolor que no podía dormir, El «espeso silencio» del campo -según decía- le impedía conciliar el sueño. No podía acostumbrarse a la falta de ruidos … »

Si ponemos estas líneas en presente, comprobaremos que el relato tiene más fuerza:

«El escritor Lorenzo Martínez, hombre delgaducho y nervioso, ha decidido -por consejo médico- pasarse una temporada fuera de la ciudad, para descanso y recuperación de sus maltrechos nervios, para curarse de sus insoportables insomnios. Pero he aquí que, ya en plena Naturaleza, comprueba con dolor que no puede dormir. El «espeso silencio» del campo -según dice- le impide conciliar el sueño. No puede acostumbrarse a la falta de ruidos … »

Claro está que escribir en presente (aun combinándolo con el perfecto) es más dificultoso que relatar en pasado. Y ello porque, utilizando este procedimiento, disponemos de más formas: el imperfecto, el indefinido, el anterior y el pluscuamperfecto. Por ello es casi imposible escribir una novela larga, toda en presente. En la novela, por su longitud y pluriformidad cabe utilizar el tiempo pasado y el presente: aquél, para el relato o referencia; éste, para la presentación de escenas.
Otro de los problemas del relato es el que se refiere a la narración en primera o tercera persona.

EJEMPLOS:

Narración en primera persona:

«Reconozco que soy un hombre tímido. Este defecto -si defecto puede llamarse a ser tímido o rubio o pelirrojo- ha sido la causa principal de mi éxito en la vida … ¿Os reís? Pues no es cosa de risa. Que ser tímido y vencer es cosa de valientes …».

El mismo tema en tercera persona:

Él reconocía que era un hombre tímido; pero ese defecto -si defecto, decía él, puede llamarse a ser tímido o rubio o pelirrojo- había sido la causa principal de su éxito en la vida … -¿Os reís?- solía decir a sus amigos- Pues no es cosa de risa. Que ser tímido y vencer es cosa de valientes …».

Para este tipo de relato, llamado de «voz interior», es decir, para el monólogo, indudablemente es preferible la narración en primera persona. Como también es indispensable para las memorias o confesiones.
Cabe también combinar los dos procedimientos: monólogo interior y narración en tercera persona.

Ejemplo:

«Henri seguía sin decir nada. Lulú entró empujándolo un poco. Qué fastidioso es, siempre se le encuentra al paso, me mira con sus ojos redondos, tiene los brazos colgando, no sabe qué hacer con su cuerpo. Cállate, anda, cállate, bien veo que estás emocionado y que no puedes hablar.
El hacía esfuerzos para tragar saliva y fue Lulú quien tuvo que cerrar la puerta … «
. («Intimidad», de Sartre. Citado por Tomás Cabot en artículo publicado en «Índice», marzo de 1961.)

Este tipo de «monólogo interior» lo cultivan hoy casi todos los narradores modernos. Todos, claro está, siguen la pauta impuesta por Dostoiewski en su magistral relato «La novela del subterráneo».
La narración en primera persona, dice Wolfgang Kayser, robustece la impresión de autenticidad.
En cambio, respecto a los relatos en tiempo presente antes estudiados, dice Kayser que aunque el lector presencie así «un drama que está desarrollándose», no obstante, tales libros «no producen el efecto apetecido: su actitud constantemente ofensiva, los hace más bien fastidiosos».

De todo lo cual, sólo podemos deducir una sencilla lección: que no conviene encastillarse en un modo de hacer inalterable porque caeremos en monotonía. La variedad, en arte, es señal de buen gusto.

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