LAS NARRACIONES EN VOZ ALTA

EL ARTE DE ESCRIBIR

Las narraciones en voz alta.

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Un relato, una narración, no se escriben para ser leídos en voz alta, sino para la lectura visual, salvo el caso especialísimo de los relatos escritos para ser leídos por la «radio”.
Nuestra posición personal en este problema del estilo narrativo queda resumida en la siguiente recomendación: .
Debe huirse de la excesiva sonoridad del estilo, tanto en las palabras, frases y períodos, como en el tono general de la obra.
Escribimos para que se nos lea, no para que se nos escuche.
Aparentemente en contra de esta opinión, escribe Albalat: «Que no se diga que los libros están destinados a ser leídos con los ojos y no escuchados por el oído. Los ojos también oyen los sonidos. Lo mismo que el músico oye la orquesta al recorrer la partitura, de análogo modo basta leer una -frase para gustar su cadencia.»
Lo que nos da la razón. Porque si, al leer visualmente, estamos oyendo el sonido de las palabras, es porque, en lo escrito, predomina lo musical sobre 10 significativo. Una cosa es evitar las disonancias chocantes y otra muy distinta buscar la sonoridad efectista, «para la galería».
El estilo puede resultar sonoro, declamatorio, por múltiples causas:
a) Por rebuscamiento intencionado de los vocablos. El escritor goza empleando palabras y frases inusitadas: la palabra es fin y no medio, adquiere rango de «protagonista» y parece como si quisiera penetrar en la mente del lector por la vía fácil del oído.
Ejemplos de este estilo sonoro los tenemos abundantes en la obra de
Gabriel Miró:
“Era una mañana inmensa de oro. Lejos, encima del mar, el cielo estaba blanco, como encandecido con tanta lumbre, y las paradas aguas, que dé tiempo en tiempo hacían una blanda palpitación, ofrecían el sol infinitamente roto. Si pasaba una lancha, silenciosa y frágil, los remos, al emerger, desgranaban una espuma de luz …” (De El libro de Sigüenza: Una mañana.)
«Estaba el huerto todavía blando, redundado del riego de la pasada tarde; y el sol de la mañana se entraba deliciosamente en la tierra agrietada por el tempero.»
«En los macizos, ya habían florecido los pensamientos, las violetas y algunos alhelíes; las pomposas y rotundas matas de las margaritas comenzaban a nevarse de blancas estrellas; los sarmientos de los rosales rebrotaban doradamente; los «tallos de las clavelinas engendraban los apretados capullos, y todo estaba lleno y rumoroso de abejas.»
(De «El libro de Sigüenza»: «Los almendros y el acanto.)
Este estilo puede aceptarse para un poema en prosa breve; nunca para un relato o narración. Acaba por empalagar al lector.

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