Pedro Hermosilla
Ese momento en que ha acabado la cena, todos los compañeros con más chapetas en las mejillas que Heidi debido al calor del restaurante y al copioso vino ingerido en la cena. Cuando se levanta la de religión y se arranca con un villancico, a voces como una posesa agitando en su mano derecha su segundo gin-tonic “Ande, ande, ande…la marimorena” vertiendo su contenido a diestro y siniestro, moja al de química que celebra su última cena navideña con los compañeros porque se jubila en febrero y dormitaba plácidamente ajeno al jaleo y la algarabía desde que se aplicó su carajillo y su coñac. Cuando el de gimnasia, el joven, reclama al metre un reggetón para perrear con doña Marisa, la de recepción, que se niega en principio (Ay, que yo no sé, que yo soy más de pasodobles) pero no suelta al mocetón porque la lagarta de la de tercero, que es joven y apuesta, sabe que quiere ligárselo. Cuando el tímido de sociales grita a viva voz “Os quiero a todos compañeros, sois la leche” y entona eso de :“Y si somos los mejores bueno y qué”. El de gimnasia (llámese EF, por favor), el viejo, con su cuarta copa de “la coñac”, interpela: “¿Ya has cerrado la persiana; ya se puede fumar?”. La de filosofía, que no se ha levantado de su silla, acaba filosóficamente con las bandejas de polvorones propias y ajenas, haciendo de su boca una estepa. Cuando el director, sentado entre la jefa de estudios y el profe reblede, asiente a dos mejillas ante: “Las programaciones son un mojón y te puedes limpiar el trasero con ellas” o “Claro, como a ti no te pide cuentas la inspectora…”. Cuando las de infantil se marcan un twerking delante de sus hocicos que los hace enmudecer. Cuando el de quinto dice” fámonos a una guiscoooo gue io gonduscooo” . Cuando pedagógicamente sacamos el animal que llevamos dentro…
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