CULTURA
La salvadoreña Carmen González Huguet gana el 37 Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística
Con el poemario El alma herida, Carmen González Huguet (San Salvador, 1958) se ha hecho con el XXXVII Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística, celebrado el 11 de diciembre en Roma, en la Embajada de España ante la Santa Sede. La dotación es de 7.000 €, la edición de la obra y una medalla conmemorativa. Poeta, profesora y miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua, ha publicado numerosos poemarios, además de cuentos y novelas, por los que ha sido premiada con otros galardones. Además, el español Lucrecio Serrano Pedroche (Cuenca, 1946) ha resultado mención de honor con publicación de la obra por su poemario Palabra, destacándose entre el resto de finalistas de esta edición procedentes de Argentina, Colombia, Ecuador, El Salvador, España y R. Dominicana.
Sobre la obra ganadora el Jurado ha concluido que “en los noventa sonetos que componen este libro, la autora introduce, sin concesiones a ningún facilismo retórico, versos auténticos, vibrantes, libres de ambages. El universo poético se nutre del material extraído de la propia vida: las búsquedas personales, las luchas interiores, la tensión hacia el horizonte que marca la esperanza, todo ello sazonado también de gratitud y de una actitud suplicante que nace de un verdadero fervor: «Gracias por la alegría y el quebranto, / por la flor y la tierra en el barbecho, / por el esfuerzo diario y el provecho, / por el gozo, Señor, y por el llanto». Los poemas respiran paz y mística alegría, al mismo tiempo que crece la fe y la esperanza en la herida purgante de los momentos de ausencia tan traída y llevada en nuestra mejor literatura: «Puebla, pues, esta ausencia que me hiere / Y sé Tú aquel refugio que me aloja, / Y Tú, mi sol, la lluvia que me moja / Y el Amor absoluto que no muere».
Por su parte, Lucrecio Serrano, en el poemario Palabra, con versos bien estructurados y rítmicos (heptasilábico combinado con impares y alejandrinos), se concentra en lo esencial sin descuidar la palpitación de las cosas pequeñas y la brevedad de lo cotidiano en la que descubre a Dios: «Tú has estado en mi casa porque huele a Ti. / Sin Ti mi casa va como un barquito / con deriva, con carga arrepentida».
Qué soledad de ti si estás dormido.
Qué silencio en la noche pavoroso.
Yo me asomo al abismo misterioso
donde no hay luz, ni nombre, ni sonido.
Y no te encuentro, Dios. Pero en mi oído
me nombras y me llamas, silencioso,
y en todas tus criaturas, melodioso,
oigo tu canto del amor nacido.
Levántame del fondo del fracaso.
Anda conmigo en medio de la gente
hasta la triste hora del ocaso.
Llévame, río, de tu oscura fuente
a descansar contigo, paso a paso,
dulce, profunda, apasionadamente.
Espérame a la orilla de la tarde,
divino Amor, en esta cita ciega.
La lluvia envuelta en niebla fina llega
y se oculta en la ausencia el sol cobarde.
No me pidas, Amigo, que te aguarde
bajo este cielo que mi cuerpo anega.
¿Diluye acaso el fuego de la entrega
aquel que al centro del incendio arde?
Te espero aquí, Señor, siempre te espero.
Mas cuanto tardas. La emoción cautiva
mi pobre corazón de amor herido.
Los años pasan. De esperar me muero.
Llévame ya, Señor, contigo arriba,
y acógeme en tu cielo prometido.
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