LA SEGUNDA ESCENA Y EL DESENLACE

EL ARTE DE ESCRIBIR

LA SEGUNDA ESCENA Y EL DESENLACE
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Schoekel dice que “la segunda escena puede servir muy bien de contraste, de descanso. Si la primera y la última son patéticas, la central puede ser idílica. Si la primera intriga mucho, la central puede alejar suavemente el ansiado desenlace, etc. Es también un momento oportuno para decir lo que al principio no hubiera interesado y, en cambio, ahora será bien recibido por el apetito despertado del lector».[/mks_pullquote]

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“La tercera escena puede ser el desenlace, y entonces hay que trabajarIa con mucha fuerza. También puede acaecer el desenlace patético en la tercera y añadir, en la cuarta, una escena breve para descansar … El lector moderno prefiere que no le añadan nada después de la impresión final fuerte.»
.
No obstante lo expuesto, el final, en vez de ser fuerte, puede ser suave, sin estridencias, un final de «puntos suspensivos», es decir, inacabado según hemos dicho en el capítulo anterior. Este «terminar sin terminar» nos parece el modo más elegante y artístico de dar remate a un relato. Se deja así al lector el regusto de continuar viviendo con su imaginación lo que pudiera ser el principio de un nuevo episodio. El buen relato, la narración artística -como una sinfonía incompleta- debe acabar suavemente, como la flor que, marchita ya, se va deshojando lentamente …

Ejemplo de este tipo de final, el de la narración de Chejov, Ionitch, que dice así:
«¿Y los Turkin? Ivan Petrovich no ha envejecido ni ha cambiado nada y continúa haciendo chistes y contando anécdotas. Vera Iosifovna sigue leyendo sus novelas con el mismo afán y la misma tierna sencillez. Kitten toca el piano cuatro horas diarias. Ha envejecido bastante y, como está delicada de salud, su madre la lleva todos los otoños a Crimea. Cuando Ivan Petrovich, que siempre va a despedirlas a la estación, ve alejarse el tren, les grita, secándose las lágrimas:
¡Adiós! ¡Que os vaya bien!
Y agita en el aire el pañuelo.
»

Finalmente, una recomendación muy útil: ni un desenlace totalmente inesperado, ni que se vea venir demasiado claramente. Al lector -al buen lector- no le gusta que se le descubra “lo que va a pasar» antes de tiempo, ni tampoco que se le oculte con siete llaves, para, de pronto, abrir la puerta bruscamente. Nos gusta prever lo que va a suceder, pero sin estar seguros de que será así, de modo que, al ir leyendo, vayamos construyendo el relato con el autor, como ayudándole en su trabajo.
Tampoco convienen los finales reiterativos, morosos, pesados. Hay que saber poner « punto final» cuando la curiosidad del lector está ya satisfecha.

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