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Murillo, su espacio y su tiempo
En la Sevilla del siglo XVII llega al mundo Bartolomé Esteban Murillo, llamado a convertirse en uno de los grandes maestros de la historia de la pintura. Lo hace en un tiempo de profundas transformaciones. De carácter precursor, el artista desarrollará a lo largo de su trayectoria una mirada innovadora que anticipa la pintura moderna.
Su biografía está ligada a la tragedia, pues Murillo, el menor de una familia de 14 hermanos, pierde a su padre a los nueve años y a su madre unos meses después, además de que, posteriormente, fallecerán su mujer y cuatro de los nueve hijos que tuvo. Con todo, desde muy joven demuestra su pericia con los pinceles y ejecuta una obra renovadora, luminosa y con un imponente e insólito uso del color. Todos estos hallazgos nacen de su propio contexto, una tierra cuajada de matices, a caballo entre la decadencia y la circunstancia de ser la puerta de América a Europa. Una ciudad, Sevilla, en cuya observación halla la inspiración para crear su poderosa producción pictórica.
[mks_pullquote align=»left» width=»300″ size=»25″ bg_color=»#00BCD4″ txt_color=»#ffffff»]Su arte brota de las raíces de la cultura sevillana, incluso de forma literal, pues crea sus pigmentos con el agua del Guadalquivir. Y, a la vez, Murillo busca la inspiración en todas partes, de Zurbarán y Ribera a la pintura veneciana.[/mks_pullquote] De esta ágil reunión de elementos por parte del maestro, un incansable investigador a la caza de la pureza de la imagen, resulta el éxito que sus cuadros cosecharon en su tiempo. Pronto, muchas de sus pinturas iluminaron iglesias, conventos, palacios y mansiones de la urbe. Pero enseguida su fama se extiende por toda España y Europa hasta, finalmente, cruzar el Océano.
Murillo fue uno de los grandes retratistas de su época, con obras revolucionarias como su Autorretrato, en el que logra traspasar la barrera del marco para adentrarse en los terrenos de la tercera dimensión, o aquellas de temática social, en las que reproduce a las gentes de su tiempo. Además, ejecutó una copiosa colección de obras religiosas, con predilección por las Inmaculadas, a las que dotó de luz y dulzura. Muchas de estas pinturas se encuentran en las pinacotecas más prestigiosas del mundo; y otras, sin embargo, continúan en el lugar para el que fueron creadas.
(DE «HOYESARTE.COM)
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