EL ARTE DE ESCRIBIR
El ambiente.
Tocamos ya el último de los elementos básicos de la narración: el ambiente, cuyo valor literario es indiscutible y fácilmente demostrable.
En efecto, en el carácter humano influyen múltiples factores: fisiología, psicología, herencia… Pero no hay que echar en olvido la influencia familiar, profesional y geográfica, es decir, el ambiente en que nos movemos y que sin ser causa formal y eficiente de nuestro modo de ser, sí que es un motivo, una condición (según expresión filosófica), algo, en suma, que contribuye a modelar la humana psicología. Esta doctrina podría ser resumida con el conocido aforismo del filósofo Ortega y Gasset cuando decía: “Yo soy yo y mi circunstancia”, es decir, mi ambiente, ese aura en que nos movemos, ese aire que respiramos, ese idioma que hablamos y esa historia en que vivimos inmersos.
“El ambiente —dice González Ruiz— no justifica, pero explica. Es una condición que no puede olvidarse al narrar, pero sin desorbitar su importancia, «convirtiéndola en decisiva»… “El ambiente —sigue el autor citado— es necesario para colaborar a la explicación de los hechos, pero no nos ofrece de los mismos una versión decisiva. Es decisivo el ambiente en lo que concierne a la forma, pero no al fondo de los sucesos. Si, por ejemplo, los «gangsters» de Chicago usan ametralladoras, gases, veloces automóviles, teléfonos portátiles y se valen de los últimos descubrimientos científicos, el ambiente nos brinda la explicación total del sistema de esa delincuencia modernísima, pero no hace más que coadyuvar a la explicación del acto humano.»
El ambiente tiene gran interés en la narración porque sitúa a los hechos “en su escenario propio para que el lector los perciba con más facilidad».
“. . . Del mismo modo que se debe evitar el escribir sobre personas que conocemos poco o nada —dice Fiswoode Tarleton—, del mismo modo debemos rehuir utilizar ambientes que no conozcamos profundamente.”
“No tratemos de escribir —sigue F. Tarleton— detalladamente sobre sitios que no conozcamos perfectamente. Pensemos que en las vecindades de nuestra residencia hay muchos sitios y climas que se pueden estudiar literariamente.”
“Si, por ejemplo, estamos escribiendo un cuento sobre un ermitaño, ideemos una casa apropiada para él en un bosque de los que conozcamos perfectamente, situados donde vivimos. Si el escritor habita cerca de un bosque de pinos, sería absurdo que tratara de describir una plantación de algodón, que sólo conoce por las revistas ilustradas.”
“Todo el mundo —afirma Jack Lait— sabe mucho acerca de muchas cosas. Y las cosas que Vd. sabe pueden ser tan interesantes como cualesquiera otras. Rudyard Kipling escribía acerca de extraños personajes de la India; Myra Kelly se defendió muy bien con sus niños de las escuelas de suburbio; Damon Runyon vivirá siempre en sus historias de apuestas de caballos y de jugadores de dados.”
“Pero ningún método o sistema puede ayudarle a usted si usted mismo carece de hechos e impresiones auténticas, o, lo que es más grave, si trata de falsear sus situaciones y personajes. Ya es bastante difícil crear personas, situaciones y lugares que uno conoce bien. Intentar hacerlo con seres ficticios en un falso ambiente es intentar algo imposible.”
“Mis personajes masculinos o femeninos —sigue diciendo Jack Lait— pueden ser un cóctel de rasgos reales, pero siempre he conocido a fondo su personalidad”, “. tanto si mi personaje era un estafador como si era un actor, un jugador de fútbol, un policía, una corista o una camarera, o un reportero o un vagabundo, yo me daba cuenta automáticamente de la clase de lugares que una persona así frecuentaría, la clase de jerga que hablaría, la clase de reacciones y sentimientos que se podrían esperar de ella. Las conocía a todas ellas y a sus ambientes.”
Y como ambientar es, en suma, describir, a lo expuesto sobre la descripción nos remitimos; es decir, que, para ambientar, no es preciso una prolija enumeración detallista; basta con saber destacar los datos esenciales, los que verdaderamente matizan y dan carácter a una situación determinada.
Maestro en el arte de ambientar es el novelista Georges Simenón. Y quien quiera una muestra de ésta su maestría lea la novela Lluvia, en donde el ambiente adquiere rango de protagonista. Incluso en sus novelas policíacas —en la colección del comisario Maigret—, lo que cautiva y hace interesante la lectura, no es tanto la trama policíaca, como el acierto descriptivo del ambiente en que se mueven los personajes. Y todo ello en un estilo limpio, impresionista; escueto, pero suficiente.
Para no citar más que un ejemplo, mencionemos la maravillosa novela de Antón Chejov, La sala número 6, en donde se nos describe, de modo insuperable, el ambiente de una sala de locos en el hospital de una pequeña ciudad rusa en los tiempos anteriores a la revolución marxista.
Comienza así La sala número 6:
“Hay dentro del recinto del hospital un pabelloncito rodeado por un verdadero bosque de arbustos y hierbas salvajes. El techo está cubierto de orín; la chimenea, medio arruinada, y las gradas de la escalera, podridas. Un paredón gris, coronado por una carda de clavos con las puntas hacia arriba, dividen el pabellón. En suma, el conjunto produce una triste impresión.
El interior resulta todavía más desagradable. El vestíbulo está obstruido por montones de objetos y utensilios del hospital: colchones, vestidos viejos, camisas desgarradas, botas y pantuflas en completo desorden, que exhalan un olor pesado y sofocante.
Del vestíbulo se entra a una sala espaciosa, amplia. Las paredes están pintadas de azul; el techo, ahumado, y las ventanas tienen rejas de hierro. El olor es tan desagradable que en el primer momento cree uno encontrarse en una casa de fieras: huele a col, a chinches, a cera quemada y a yodoformo.En esta sala hay unas camas clavadas al piso; en las camas —éstos, sentados; aquellos tendidos— hay Unos hombres con batas azules y bonetes en la cabeza: son los locos.”
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