VEROSIMILITUD.
La ley de la verosimilitud se expresa así: «No basta con que los hechos sean verdaderos, es preciso que lo parezcan para que sean bien comprendidos; hay que presentarlos como verosímiles, indicando causas y motivos de las acciones y el modo como tales hechos se han producido.
Lo verosímil, en esencia, es lo que impresiona por su verdad, aunque no haya sucedido nunca. O como dice el conocido adagio italiano: «Se non é vero é ben trovato».
[mks_dropcap style=»square» size=»41″ bg_color=»#0000ff» txt_color=»#ffffff»]C[/mks_dropcap] uando una narración no responde a estos principios de verdad y verosimilitud, se dice que es falsa. Pero la falsedad no depende ni está en relación directa con la exactitud realista. Un relato puede ser de una exactitud ejemplar y, sin embargo, sonar a falso. Se cae en falsedad porque no se vio el hecho narrado, es decir, porque no se comprendió esta íntima y esencial realidad.
Tampoco quiere decir la verosimilitud que, para convencer al lector, sea preciso razonar los hechos como lo haría un filósofo: basta con presentarlos de tal modo que el lector asista a tales hechos en espectador convencido de su verdad, por muy fantásticos que tales relatos sean.
[mks_dropcap style=»square» size=»41″ bg_color=»#0000ff» txt_color=»#ffffff»][/mks_dropcap]Un ejemplo: las narraciones de Edgar Allan Poe.
He aquí, finalmente, lo que, al referirse a la verosimilitud, decía Quintiliano: «En primer lugar, tenemos que interrogarnos atentamente a nosotros mismos para no decir nada que no esté de acuerdo con lo natural; después hay que dar causas y antecedentes, no de todos los hechos, sino de los importantes. Finalmente, hay que poner a los personajes y su carácter en armonía con los acontecimientos, hacer que concuerden con el lugar, tiempo y otras circunstancias semejantes».
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