EL ARTE DE ESCRIBIR
EL INTERES HUMANO.
La ley del interés, cuyos recovecos vamos descubriendo, encierra otro problema: el de la curiosidad. Y para despertar la curiosidad del lector, es preciso que haya novedad.
Pero ¿qué es lo nuevo?
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o nuevo, en la narración, no es, como en la información, lo noticioso, sino lo humano. Lo nuevo es lo fuerte, lo vigoroso. No depende, pues la novedad del argumento, sino de cómo y cuánto se cale en dicho argumento. Lo nuevo es el enfoque personal -sincero y original- de un hecho o de una idea. Los argumentos posibles de una narración son limitados. Lo ilimitado es la dimensión humana de tales hechos. Es preciso convertir lo individual, en general; lo local, en universal. Sólo así, el relato de algo que no me ha sucedido a mí, podré sentirlo como algo mío, a lo que yo asisto y cuyo desarrollo me interesa.
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l referirse al interés humano, dice González Ruiz que dicho interés reside «en la comprensión de los hechos en relación con los tipos de manera que todos sintamos, al leer, ese estremecimiento que nos produce el toque directo en un fondo común de humanidad. Sucesos trágicos o pequeños episodios apacibles tienen interés humano, pero éste procederá siempre de la lógica interna de la acción narradora, en la cual veamos al hombre enfrentarse con los problemas que a todos nos agitan en nuestro pequeño vivir diario».
«Si logramos hacer verdaderamente real el objeto -dice Schceckel-, tenemos esperanzas de novedad, porque todo 19 real es individual y, por lo tanto, nuevo, distinto de todo lo demás. El argumento descarnado: (Se enamoran, tienen dificultades, se casan», es cosa viejísima … Pero el enamoramiento de estos dos individuos concretos, en su ambiente concreto, su época concreta, etc., es un singular, tiene valor de novedad o al menos posibilidad de tal valor.»
En suma -y volviendo a repetir-, lo nuevo es lo humano, si el que narra sabe calar en el fondo y sacar a relucir lo que de «novedoso» late siempre en todo lo que acontece a los hombres.
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jemplo:
Un hombre pescando a la orilla de un río, como acontecimiento humano, es un hecho trivial, corriente. Sin embargo, si yo sé acercarme espiritualmente a ese pescador, si acierto a bucear en su alma, puedo descubrir algo nuevo. Y ese detalle nuevo pude estar en el modo peculiar de pescar que tiene ese hombre, en sus gestos, en lo que haga o diga:
«Su aspecto es triste. Lanza el anzuelo al agua con gesto cansado, infinitamente cansado, como si ya no pudiera hacer otra cosa en el mundo. Sus manos, huesudas y delgadas, tiemblan ligeramente con el propio temblor de la caña. Sus ojos diríase que no miran, están como hipnotizados por el agua. Y allí, en la superficie tersa de este remanso del río, se refleja un rostro de hombre de unos cuarenta años: los ojos hundidos en las cuencas, marcadas arrugas y un pelo prematuramente canoso …
Este hombre no está pendiente de los peces, no parece estar pescando, sino dejándose llevar por la pesca …
Estoy a unos metros de él y no se ha dado cuenta de mi presencia, tan absorto está, tan ensimismado, tan apartado de todo… Me acerco y toso ligeramente para despertarlo de su letargo.
Al toser yo, el pescador se ha revuelto rápidamente, como si lo hubieran sorprendido cometiendo una acción punible. Me mira fijamente, como reprochándome esta intromisión en su soledad …
No sé cómo dirigirme a él y sólo se me ocurre la consabida frase:
-¿Qué?… ¿Pican? y entonces él, con una mirada dura, acerada (tiene los ojos grises) una mirada en la que se mezclan la dureza y el sarcasmo, me contesta:
.-Mal pueden picar .. , el hilo no tiene anzuelo …
Etcétera, etcétera …»
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e aquí lo que podría ser un relato interesante. Lo nuevo no consiste sólo en que este hombre intente pescar sin anzuelo. Lo que interesa saber es “por qué” lo hace así. De mi acierto a responder a esta pregunta dependerá el interés de la narración.
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