LEYES DE LA NARRACIÓN

EL ARTE DE ESCRIBIR.

Leyes de la narración.

La unidad y el movimiento son las leyes fundamentales de la narración de las que se derivan todas las demás:

1) La unidad de la narración se consigue con la búsqueda del punto de vista, es decir, el centro de interés de las ideas y de los hechos. Al igual que en la descripción, el punto de vista nos servirá de guía para seleccionar ideas: -las útiles, serán conservadas; las inútiles, rechazadas. Esta es, en esencia, la ley de la utilidad
Unas veces, el centro de interés de la narración será el personaje; otras, lo será la acción central; en ocasiones atraerá nuestra atención un objeto del mundo material; otras veces, será un problema moral el nudo fundamental de la narración.
Los detalles útiles, es decir, conformes con el punto de vista, habrá que buscarlos entre los elementos de la ‘narración; éste es el trabajo que los autores llaman invención o búsqueda de ideas. No se olvide que una narración consta de actores, acción, circunstancias de lugar y tiempo, causas o móviles’ de los hechos, modo o manera de ejecución, resultado y juicio (implícito o explícito) de tales hechos.

2) Pero la narración no es una construcción fija, sino algo que se mueve, que camina, que se desarrolla y transforma. Este movimiento progresivo está regulado por la ley del interés. Porque narrar es contar una cosa (un hecho. o un suceso) con habilidad, de tal modo que se mantenga constantemente la atención del lector.
Ahora bien, ¿cómo se logra el interés?, ¿cómo se mantiene la atención? He aquí un pequeño «intríngulis» que descansa en tres principios fundamentales: arrancar bien, no explicar demasiado y terminar… sin terminar rotundamente.

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a) Arrancar bien significa que el principio -el buen comienzo- es esencial en toda narración. Evítense los principios blandos, explicativos, lentos … Búsquese, desde la primera línea, un hecho, una idea, una escena o un dato significativos, que atraigan la atención del lector.
b) No explicar demasiado, porque una narración no debe confundirse nunca con la información. En el reportaje informativo se debe descubrir todo; en la narración hay que « descubrir a medias un objeto nuevo». No lo descubramos del todo porque muere la curiosidad. Narrar, pues, no es explicar, sino sugerir, es decir, explicar a medias para que el lector colabore con el autor en la comprensión de la tesis que se le muestra en el relato.
e) Terminar sin terminar rotundamente; es decir, que la buena narración no debe tener un final definitivo, seco, matemático. Es más bello, más artístico, el final indeterminado, impreciso, un tanto vago. En nuestra vida nada acaba de golpe y porrazo; todos los episodios de nuestra existencia acaban sin acabar, y en ocasiones, esos finales son el principio de otro episodio. La vida, en suma, es una cadena, cuyos episodios o trances, son a modo de eslabones. Ni siquiera la muerte es un final definitivo.
Además, conviene dejar al lector un tanto en suspenso para que él, con su imaginación, colabore con el autor en la construcción definitiva del final inconcluso.

Ejemplo de final inacabado : .
De La mujer de otro, de Dostoiewski: el protagonista, marido celoso, vuelve a su casa a hora avanzada de la noche. Su mujer, en contra de lo que él esperaba, está en la casa, acostada ya. El buen hombre, sudoroso, echa mano al pañuelo; pero, al sacarlo del bolsillo, sale también el cadáver de un perrillo faldero, muerto durante las aventuras nocturnas de este infeliz Otelo:
-¿Qué es eso? -gritó su mujer- ¡Un perro muerto! ¡Dios Santo! ¿De dónde lo has sacado?.. ¿Qué has hecho? ¿Dónde has estado? ¿De dónde vienes? ¡Díme en seguida de dónde vienes!
-¡Vida mía! -balbuceaba Ivan Andreoitch-:-, ¡Amor mío! …
Pero dejemos en este punto a nuestro héroe… Algún día reanudaremos y daremos cima al relato de sus desventuras. Pero convendrán ustedes, queridos lectores, en que los celos son una pasión imperdonable; más aún: una desgracia, una verdadera desdicha …»

Maestro indiscutible en el arte de terminar es también Antón Chejov. Señalamos aquí, como finales ejemplares, los de sus novelas cortas: Ionitch, Una historia anónima y La señora del perro.
He aquí los párrafos finales de «La señora del perro», de Antón Chejov:

«El amor de Anna Sergueevna y el suyo eran semejantes al de dos seres cercanos, al de familiares, al de marido y mujer, al de dos entrañables amigos. Parecíales que la suerte misma les había destinado el uno al otro, resultándoles incomprensible que él pudiera estar casado y ella casada. Eran como el macho y la hembra de esos pájaros errabundos a los que, una vez apresados, se obliga a vivir en distinta jaula. Uno y otro se habían perdonado cuanto de vergonzoso hubiera en su pasado, se perdonaban todo el presente y se sentían ambos trastornados por su amor.
Antes, en momentos de tristeza, intentaba tranquilizarse con cuantas reflexiones le pasaban por la cabeza. Ahora no hacía estas reflexiones. Lleno de compasión, quería ser sincero y cariñoso.
-¡Basta ya, pobre mía!-le decía a ella-. ¡Ya has llorado bastante!¡Hablemos ahora y veamos si se nos ocurre alguna idea!…
Después invertían largo tiempo en discutir, en consultarse sobre la manera de liberarse de aquella indispensabilidad de engañar, de esconderse, de vivir en distintas ciudades y de pasar largas temporadas sin verse.
“¿Cómo liberarse, en efecto, de tan insoportables tormentos?… ¿Cómo? -se preguntaba él, cogiéndose la cabeza entre las manos- ¿Cómo?”
Y les parecía, que pasado algún tiempo más, la solución podría encontrarse… Que empezaría entonces una nueva vida maravillosa…
Ambos veían, sin embargo, claramente, que el final estaba todavía muy lejos, y que lo más complicado y difícil no había hecho más que empezar.”

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