¡Mamáaa! ¡ME HAN CASTIGADO EN EL COLE! ¡¡BUAAAAHH!!

EL VIEJO PROFESOR

LOS CASTIGOS

Sí, claro. Hay que hablar de los castigos. ¡Cómo no! Porque en muchos colegios, o en determinados profesionales. se siguen utilizando los métodos disciplinarios antiguos. Pues, allá vosotros. Siempre he defendido que la escuela ha de ser una prolongación del hogar. ¡Cuántas veces me han llamado “papá” en clase, en lugar de Don Yo! Y es no es otra cosa que el alumno ha visto en el profesor a alguien muy íntimo. A su propio padre. El alumno debe moverse en un ambiente en el que se encuentre a gusto, con confianza, con una verdadera relación de amistad.

¿Cuándo vamos a desterrar los viejos castigos? ¿Qué se consigue con castigar a un niño que molesta con enviarlo fuera de la clase, al pasillo? ¿En qué modifica la conducta de un alumno el hacerle ir al colegio un día de fiesta? ¿Qué modifica a la disciplina de la clase un castigo colectivo? Convenceos, amigos, compañeros, educadores. ¿No os habéis dado cuenta de que los castigados son siempre los mismos? Entonces, ¿qué hemos conseguido? Como suelen decir nuestros niños, “es para mirárselo”.
Te voy a poner unas citas que hace casi -¡y sin “casi”!- un siglo que se pronunciaron.

“El castigo colectivo es lo más parecido que puede darse a un fusilamiento en masa. Siempre es una injusticia. Una injusticia utilizada como medida de defensa por el profesor mediocre.”(J.URTEAGA)

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.«Los niños nunca son iguales uno a otro, ni por inteligencia, ni por carácter, ni por las otras cualidades espirituales. Es una ley de la vida. Por tanto, han de ser considerados singularmente, ya sea para indicarles su modo de vida, ya para corregirles y juzgarles» (Pío XII).

La vigilancia, como el castigo, deben ser personales, doblemente personales. Deben proceder de una persona y no de un sistema, ser explicados con un cierto tono de voz y con una determinada intención y no inscritos en un registro; deben igualmente dirigirse a una persona y no a un alumno anónimo y «standard». Deben orientarse hacia las tendencias y gustos del niño y no cifrarse con indiferencia aritmética.

Cuando tengas que corregir -no he dicho “castigar”- a uno de tus alumnos, habla en privado con él. Déjale que se explique. Oye sus razones. Y entonces, habla tú. No como el profesor, el representante de la “ley”, sino como la persona que ha visto un fallo y necesita corregirlo. Primero, por la misma persona que lo ha cometido; en segundo lugar, por la clase a la que pertenece. Así habrás conseguido una corrección individual y, al mismo tiempo colectiva.

Quizá me digas que esto es una utopía. Que es muy difícil llevarlo a la práctica.

Y yo te digo: «¿Y quién te ha dicho a ti, compañero, que educar es una tarea fácil?»

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