MAESTROS DEL MUNDO: ¡PÓNGANLOS A ESCRIBIR, CARAJO!

Pedro Hermosilla

No hay nada que produzca más desconsuelo que ponerle a un alumno un folio en blanco y que no sepa rellenarlo con coherencia, elegancia, cohesión y estilo. Se le bajan los sudores desde la frente hasta los tobillos, se echa las manos al pecho fingiendo anginas del «ídem», y se produce una epidemia de ganas de mear tan masiva como repentina.

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La culpa es que preparamos a los niños (sobre todo en las edades tempranas) de una manera, en mi opinión, harto incorrecta. Queremos hacerlos pequeños filólogos de siete u ocho años metiéndoles en la cabeza géneros, números, pretéritos pluscuamperfectos del subjuntivo y sustantivos epicenos. Los obligamos a rellenar un sinfín de fichas y ejercicios con el objetivo de que los asimilen, en algunos casos lo hacen, pero en muy pocos saben sacarles rendimiento, y mucho menos utilizarlos. La mayor expresión del lenguaje es saber usarlo, ya no hablo de una manera preciosista y académica, pero sí, por lo menos, eficiente.

No quiero pensar que la causa de esta barbaridad sea vender libros muy, muy gordos; que valgan mucho, y forrar a las editoriales… no quiero pensarlo. Para aprender a escribir se necesita un cuaderno y un lápiz, nada más. Barato, barato, oiga.

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