EL AMOR DE LOS GITANILLOS

Barrio del Albaicín. GranadaBarrio del Albaicín. Granada

El viejo profesor.

El amor de los gitanillos.

“¿Queréis saber de verdad lo que es cariño? Entonces vais a tener que aprender lo que es el amor.

Y nos lo van a enseñar unos gitanillos. La historia que te contaré sirve igualmente para los hijos y para los padres. Todos necesitamos que nos recuerden lo que es amar. Esta vez nos lo van a decir unos churumbeles.
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¡Mira!, ¡Ven!, ¡esa es Puerta Elvira, con sus trece almenas! ¡Pasa por ella y tuerce a la derecha! Es el mismo escenario de entonces, lleno de luz. Todo el sol de Andalucía caía por la cuesta de Alhacaba, la cuesta que sube al barrio del Albayzín de Granada.
Aquí, por la izquierda, corría este mismo regato, la misma agua. ¡Mira más arriba! De ahí, de la derecha, de ese mismo Carmen, salieron los dos gitanillos panzudos, protagonistas de este cuento, hecho carne por el amor de los chiquillos.El más pequeño, muy contento, daba palmadas. Su pelo, ensortijado, caracolillo, le caía sobre la frente. La camisa al aire; no le cubriría más de palmo y medio. Era casi negro, un negro tirando a gris-polvo de carretera.Los pies, descalzos, sobre los guijos del camino. ¿Qué tendría? ¡No más de cinco años! El mayor si alcanzaría los diez.

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Con la indumentaria de los hermanos gitanos se hubiera podido cubrir uno por completo. El pequeño llevaba media camisa; el mayor, un pantalón, que sujetaba con un tirante en forma de bandolera sobre la carne negra, de color madera denegrida.
El pequeño danzaba alrededor del mayor. Éste, el de diez años, salía despacio del Carmen de la derecha, con aire procesional, llevando sobre las manos un bote de leche blanca.
Y aquí comenzó el diálogo.

– ¡Siéntate! ¡Primero beberé yo, y después lo harás tú!

¡Si les hubiérais oído! Lo decía con aire de emperador. El chiquillo le miraba con sus dientes blancos, la boca entreabierta, jugando con la punta de la lengua.

Y yo, como un bobo, contemplando la escena.

¡Si vierais al mayor mirando de reojo al churumbel!

Llevó el bote a la boca y, haciendo ademán de beber, cerró fuertemente los labios, para que no entrara en su boca ni una gota de leche blanca.
Después, alargando el bote, decía a su hermano:
– Ahora te toca a ti ¡Sólo un poco!
Y el hermanito pequeño dio un sorbo. ¡Qué sorbo!
– ¡Ahora me toca otra vez a mí! Y repitió la escena, completamente ajeno a mis miradas bobaliconas. Llevó el bote –ya mediado- a la boca, que mantenía cerrada.
– ¡Ahora te toca a ti!
– ¡Ahora me toca a mí!
– ¡Ahora a ti!
– ¡Ahora a mí!

Y con tres, cuatro, cinco, seis sorbos, el churumbel de pelo ensortijado, panzudo, con la camisa al aire, terminó el bote.

El “ahora a ti” y “ahora a mí” me llenaron los ojos de lágrimas.

Entre risas gitanas de fondo, comencé a subir la cuesta de Alhacaba, llena de gitanillos. Mediada la cuesta, volví la cabeza. Tuve ganas de bajar y guardar el bote. ¡Aquello era un tesoro! Pero, ¡ca!,ni siquiera pude intentarlo. Entre borricos cargados de botijos corrían diez churumbeles detrás del bote, dando patadas. El bote saltaba entre los pies negros, descalzos, sucios, de color gris-polvo de carretera. También el generoso jugaba entre ellos, con la naturalidad de quien no ha hecho nada extraordinario, o -¡mejor!- con la naturalidad de quien está acostumbrado a hacer cosas extraordinarias.

(…)
El amor no conoce el tiempo como para detenerse a calcular, en medir, en comparar quién es el que da más.”
En fin, amigo, el capítulo es más extenso y ya sabemos que aquí no podemos extendernos mucho. Este texto está sacado de un viejo libro que leí por primera vez en mi juventud ( “Dios y los hijos”, de Jesús Urteaga -1960. Editorial Rialp”). Todavía se puede encontrar en las librerías. Si tienes interés en educar a tus hijos en las virtudes humanas, te vendrá muy bien su lectura.

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