Pedro Hermosilla
No he acabado de dejar una prueba evaluada en las manos de un alumno y ya hay muchos pares de ojos a ver si atisban el resultado del mozalbete. Da la sensación de que no se conforman con sus propios resultados, sino que estos son buenos o malos dependiendo del éxito o fracaso cosechado por los demás: error.
Hay que acostumbrarlos a que uno no compite con los demás, que la única competitividad que te hace avanzar es la que te enfrenta a ti mismo. Pienso que muchos problemas de bullying y de inseguridades vienen porque no hemos sabido encontrar la forma de corregir estas actitudes.
Hay que dejarles claro que siempre, siempre hay, ha habido, o habrá, uno que sea mejor que tú, que si se ponen esos parámetros siempre estarán insatisfechos, y hemos de hacer de la satisfacción uno de los pilares del aprendizaje -si es que queremos hacerla efectiva-.
Los fracasos son lecciones si somos capaces de aprender de ellos y, en algunos casos, son la lección definitiva que te lleva al éxito.
Hay que hablarles de que el científico más laureado de la humanidad era considerado “tonto” en la escuela: empezó a hablar a los cuatro años y a leer a los siete; que uno de los políticos más importantes de la historia, Churchill, era el tiparraco con peores notas de su clase; que Van Gogh, el único cuadro que vendió en su vida se lo compró por pena un amiguete (hoy cualquier boceto suyo vale millones de euros); que a Walt Disney lo despidieron de un periódico por ¡FALTA DE CREATIVIDAD!…
Así cientos de ejemplos que avanzaron sin fijarse en los demás ni en sus opiniones. Así son legión las personas que, pese a todo y todos, compitieron consigo mismos… y se ganaron. Tenemos trabajo.
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