EL VIEJO PROFESOR
En la vida hay distintos pareceres y, en muchas ocasiones, “cada uno cuenta la vida como le va”, “es distinta según el color del cristal con que se mira”, o no se tienen los suficientes datos como para emitir un juicio correcto.
Muchos de los que ya me conocéis vais a decir: “¡y tú que vas a decir si has sido maestro!, seguro que arrimas el ascua a tu sardina…” En fin, es posible, pero trataré de ser lo más imparcial que pueda.
Pero antes de entrar en discusiones, mejor es que os relate, aunque sea brevemente, cómo veía yo mis vacaciones cuando era niño y adolescente.
¡Aquellas vacaciones de mi infancia sí que eran largas! Recuerdo que comenzaban sobre el 22 de Junio, porque del 23 al 29 se celebraban las fiestas de San Juan, patrono de mi pueblo. Se comenzaba el curso a finales de Septiembre, dado que en la última semana de este mes tenía lugar la Feria de Ganado, de gran interés por aquellos tiempos, en dónde se compraba y vendía toda clase de animales.
A mi me gustaba asistir –como “oyente”, claro- a los tratos entre comprador y vendedor, asistidos siempre por un corredor. El “tira y afloja” podía durar horas, incluyendo en el mismo toda serie de pruebas al pobre animal, al que se le abría la boca para averiguar su edad, se le examinaba su cuerpo en busca de posibles “mataúras”, es decir, úlceras o heridas cicatrizadas, pruebas de resistencia, carrera, etc… dependiendo del tipo de animal. Lo curioso es que el trato se cerraba dándose la mano, una vez acordado precio y condiciones. Tal acto era suficiente y no se necesitaba de ninguna firma más.
Pero volvamos al tema: si habéis sacado la cuenta eran ¡tres meses de vacaciones de verano!
En la edad escolar, o enseñanza primaria, que era obligatoria hasta los catorce años, no existían repeticiones de curso, ni recuperaciones, ni nada que se le pareciera… Eso sí, existían maestros que daban clases particulares para aquellos alumnos que lo requirieran, bien para “que no se le olvidara lo aprendido, bien para mejorar sus estudios, o bien –como solían decir algunos padres- para que no estuvieran en la calle apedreando perros”. Estas clases tenían lugar a primeras horas de la mañana, porque entrado el día, no había quien aguantara el calor de mi tierra…
Y el resto del día, ¿en que solíamos emplearlo? ¡Uy, te sorprendería la cantidad de “actividades extraescolares” que desarrollábamos:
-Búsqueda de nidos por los olivares y huertas.(No se conocía lo del «maltrato a los animales)
-Baños en las albercas de algún familiar o conocido. En ocasiones se “asaltaban” sin previo permiso, exponiéndose a la ira de los propietarios, si te pillaban. (¿Quién conocía la ley de la propiedad privada?)
-Formación de pandillas –tengo que decir que la droga más dura era la gaseosa- que solíamos competir entre sí, en los campos recién segados de trigo, “a terronazo limpio”… ( ¿Bulling?, ¿eso qué es?)
-Juegos en las plazas, con trompas, bolas –canicas-, saltadores, uno y mil juegos que tenían su “época” … bueno, el pueblo era un hervidero infantil, en dónde los mayores se refugiaban en los portales de las casas, con las cortinas echadas, regados con el agua fresca de algún pozo… Los tres meses se nos hacían cortos, te lo aseguro.
Venga, otro día te cuento más de mi época de adolescente…
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