El Jamelgo
Tiempo de programación, compañeros, a perder el culo delante del ordenador (venga copia y pega, venga copia y pega, en el noventa y mucho por ciento de las casos; y no me lo nieguen que nos conocemos).
Los inspectores (fugitivos de la tiza en su gran mayoría) amenazan con visitas a los centros y aco…aco…acongojan a los maestros con revisar sus programaciones didácticas. Como si ninguno de ellos hubieran sido profesores antes de huir. Alta traición.
Una programación anual entregada en septiembre es una aberración digna del más tonto de los tontos. No se puede prever en septiembre que ocurrirá en marzo, ni cómo estarán los niños, ni cómo se ha de dar la clase. Los niños varían incluso por horas: no es lo mismo una clase de la misma asignatura a las nueve de la mañana que a las cuatro de la tarde, antes o después del recreo, antes de EF o después, incluso el tiempo atmosférico les afecta.
Las programaciones deben ser simples y abiertas…o no ser. Los países de mejores resultados en las mediciones internacionales apenas dedican tiempo a la burocracia escolar…o “burrocracia”, como a mí me gusta llamarla. Aquí, toneladas de papeles o de gigas informáticos se acumulan para no ser leídos (conozco a uno que mete en medio de sus programaciones cuentos populares y todavía no lo han pillado), ni trabajados, ni sacarles apenas rendimiento. Pero lo bien que se sienten algunos de esos gerifaltes cuando te dice…”enséñeme usted su programación” y ve al profe de turno sudar tinta.
Está demostrado empíricamente que cuando a un tonto le das poder automáticamente se convierte en dos tontos. En vez de dedicar el tiempo en investigar métodos para aplicar cada uno su asignatura, a detectar y ayudar con los problemas de los chavales, a perfeccionarse, a programar (sí, pero a corto plazo)… Sigan teniendo a los maestros rellenando papelitos de una u otra índole…y los chavales sin atender. Así nos luce el pelo
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