Noe Martínez
Lo que nadie te dice cuando vas a ser madre es lo mucho que ganas y lo poco que pierdes. Lo que nadie te dice cuando vas a ser madre, es lo largos que se te van a hacer los días y qué cortas las noches. Lo que nadie te dice cuando vas a ser madre, es que el punto de atracción terrestre, cambia. Lo que nadie te dice cuando vas a ser madre, es que el Vogue ya sólo servirá para hacer prácticas de recorte y tijera, todo por la línea, deja cabeza a las chicas, pobrecitas. Lo que nadie te dice cuando vas a ser madre, es que, por arte de Harry Potter, te conviertes en tu madre, y eso no deja tener su gracia, porque aunque tiñes canas y juegas a no verlas, te parece imposible que seas tú ahora la que pone, quita, ama, transige, arresta, besa, recoge, coloca, abraza, prepara, baña, achucha, duerme, consuela, acurruca, cura, acompaña, enseña, aprende, ríe, llora, canta y desafina. Lo que nadie te dice cuando vas a ser madre es que esto es, en verdad, el regalo que llevabas dentro.
– Mamita, ¿tú cuándo eras niñas, existía el sentido?
Los momentos más gloriosos con mis hijos, son, sin duda, cuando están quedándose fritos, con la reticencia propia de su condición de niños generador (no cesan actividad, oigan, siempre en stand by, como la Wii…), y aflora la vena filosófica perdida. Y aflora como lo hacen otras habilidades infantiles y locuaces: de manera natural, sin darle la importancia que tiene, y siempre manteniendo la visión naíf de la pregunta y el argumento. Sea como fuere, esta vez me pilló desprevenida.
– ¿¡El olfato, el gusto, el tacto, el oído y la vista…!? – Digo, medio turulata, pensando en qué otra cosa podía ser.
– Mamitaaaaaa… – Nicolás chasca la lengua, lo veo mover la cabeza sobre la almohada y se gira hacia mí – El sentido de hacer las cosas bien, que no te enteras…
– Ah, pues, sí, claro, existía, pero la cosa era encontrar el bueno, el buen sentido, digo…
Me oigo y pienso que me estoy metiendo en un jardín frondoso, rollo laberinto de setos en el que sabes cuando entras, pero lo que es salir, sólo gritando socorro, que me persigue un oso. Nicolás se sienta en la cama, me mira la expresión contrariada de ahááá, lo sabía, que diría su hermano.
– Yaaa, porque los adultos no escucháis lo que os dice el corazón, sólo la cabeza – Impás y silencio dramático – ¿No te acuerdas, lo leímos en aquel cuento del principito y la serpiente?
Chispum.
Touch down.
Tocada y hundida.
Pero, ¿será posible? ¿Qué invento es éste?, Sara Montiel dixit.
– ¡Oye, muchacho, que pareces José Luis Balbín en La Clave…! – Me troncho, pero me troncho mucho. Aunque hace seis años que Nicolás llegó para quedarse, no hay día en el que no me quede cochifrita con su evolución. Parece mentira que aquella bolita de grasa, con ojos grandotes y molones, se haya convertido en un tertuliano de la cadena SER. Ojiplática perdía, así me hallo, oigan.
– El padre de Anxo, del campamento de jugar, se llama José Luís: ¿me parezco al padre de Aaaanxooooo…? – Nicolás no deja de tocarse la cabeza, como queriendo sacarse brillo en la cocorota.
– No, hombre, a ese José Luís, no a otro José Luís… – Le abrazo las piernas y lo atraigo hacia mí, que estoy tumbada a la bartola, en su cama, mientras recibo clases de NicolásMetafísica Trascendental, módulo iniciación – ¿Qué haces con las manos, hijo?
– ¡Me alboroto el pelo, para ver si me sale el cartón, como al padre de Anxo…!
Ay, madre. En ese mismo instante, caigo en quien es el padre del tal Anxo. Sin duda, tiene que ese. Me quiero reír a lo loco por la ocurrencia, pero no está bien, no es de dar ejemplo, reírse de la…
– ¡Calva, Nicolás, calva! Lo que tiene el padre de Anxo es calva, no cartón… – Toso, para que la risa no asome, pero claro, igual que cuando vas en ascensor y te haces pis y vas pensado ya llego, ya llego, ya llego, al límite jajejijojú, tururú.
– No, no es una calva… – Nicolás se ríe con redoble, vete tú a saber si porque le hace gracia o porque es muy empático con la algarabía ajena – Si fuese una calva, tendría lago de pelo así por los lados, como un flotador de peluche. Pero el padre de Anxo tiene todo cartón de color piel: es que no tiene pelo, no tiene ni uno…
– ¡Pues mira qué bien! Así no tiene que comprar champú ni ver cómo se le mete el pelo en un ojo cuando bailan un Regetón Lento, de esos que se bailaban ya hace tiempoooo, ooooh, ooooh… – Olé, viva yo y mi vena poligonera. NoeArgumentación, tomo I.
– Ni ir a la peluquería de Mónica a cortarse el flequillo… – Nicolás, a lágrima viva de la risa, jalea su ocurrencia.
– Oye, que no está bien reírse de la calva del padre de Anxo, hombreyá… – Y me tiro a por él, para comérmelo a besosbabas. Él, que me salió cariñoso pero poco proclive al ósculo, se deja abrazar así, así, así, a lo loco y sin medida.
– Ya, pero empezaste tú primero, mamitaaaa… – Me dice, con la cabeza pegadita a la mía, los dos acurrucaditos en la almohada.
– Ves, el sentido de los adultos: ¡qué poco sentidoooo…!
Nos reímos otra vez, pero yo más, porque él no tarde ni segundo y medio en quedarse roque. Me levanto con cuidado, lo arropo, lo miro, hundo la nariz en su cuellito de melocotón y me digo, como cada noche desde que me salieron de dentro, que no hay nada mejor que haberlos tenido. Lo que nadie te dice cuando vas a ser madre es que sin ellos, ya nada. De cuando enamorarse adquiere otra dimensión. Ojú.
ME ENAMORÉ DE TÍ
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