Pedro Hemosilla
Hoy no va a ir la cosa de neuronas espejo, de neurotransmisores, de lóbulos cerebrales y demás fauna y flora. La cosa va a ser mucho más obvia y simple. A veces en la sencillez está la clave del éxito.
Poco a poco nos va cambiando la imagen que nos viene a la cabeza cuando alguien dice la palabra “maestro”. De ese ser maligno, con una regla en la mano, con gafotas y mala leche hasta en los bolsillos (imagen totalmente irreal e injusta: a lo largo de mi etapa de pollo estudiantil me he cruzado con muy pocos de estos…quizás con tantos como en estos días de docente); hemos pasado al “coleguita molón” tan descerebrado como el alumnado, digno de pertenecer a la manada a su mismo nivel (hay tan pocos de estos como de los anteriores).
Dicen que la virtud está a mitad de camino entre dos vicios. En esta ocasión puede que sea uno de los más claros ejemplos.
No se puede dar miedo porque el alumno tiene su cabeza ocupada en temerte u odiarte (en el peor de los casos). El miedo paraliza (lleva siendo así desde tiempos prehistóricos, nuestro cerebro ha evolucionado poco desde entonces; la sociedad, evidentemente, mucho más), y busca principalmente dos cosas: atacar o huir. Ninguna de las dos cosas nos conviene, compañero. Dado que el alumno no puede hacer-afortunadamente- ninguna de las dos cosas, se mantiene bloqueado hasta que consigue adaptarse a esa situación.
Por otra parte, tampoco es una buena idea el que te consideren “uno de los suyos” porque ellos no necesitan un colega más sino un maestro. El docente es el primer –y último responsable de lo que pasa en un aula a nivel académico, emocional y social. Para eso no es necesario-ni conveniente- ser uno más, sino que hay que marcar la dirección del camino a recorrer, por el simple hecho de que es el adulto y se le presupone una madurez y una formación superior a los polluelos. ¿Se puede ser de la manada? Por supuesto, siempre que se sea el líder…el macho alfa.
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