PÍLDORA II PARA TOMAR ANTES del COMIENZO DEL CURSO ESCOLAR

El verdadero maestro, el que lo es por vocación y adecuada formación, es el que evoluciona con los tiempos que corren y con los nuevos medios que se le ofrecen para desarrollar mejor su trabajo. Pero, al mismo tiempo, el que no pierde de vista que «2+2 son 4» y que «los Montes Pirineos separan a España de Francia». Es decir, el que tiene claros los conocimientos y el modo de enseñarlos. El que aprendió que la «letra, con sangre entra», pero no con la del alumno, sino con la suya propia. A muchos de mis colegas -confieso que a mí también- le han llamado alguna vez sus alumnos «papá», en un desliz cariñoso, producido por la conjunción en la relación alumno-profesor. El auténtico maestro no debe abandonar nunca su posición de autoridad ante sus alumnos, pero mucho menos la relación afectiva que se crea entre unos y otros.
Y antes de enrollarme más, sigamos con el artículo de nuestro amigo…

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“Cada maestrillo tiene su librillo” es un conocidísimo dicho que, de puro viejo, nada tiene de obsoleto (pese a lo rancio que aprecien en sentencia tan breve quienes ya viven adosados a un móvil o quienes solo entienden la traducción “cada docente tiene su pizarra digital”) y en su menudez se encuentra, tal vez, la esencia lapidaria de toda la enseñanza –o, por mejor decir, de todo el proceso de enseñanza-aprendizaje. En frasecita tan simple como manida, adornada con sus dos encantadores diminutivos y con un verbo en presente histórico que le da la validez eterna de lo auténtico, se resume, se condensa y se sobrepasan no solo todas las precedentes leyes educativas sino también todas las venideras, incluidas circulares de Inspección, orientaciones de Consejería y demás paridas diarias de los miles de seudopedagogos desertores de la tiza que han ido engrosando un corpus infernal incapaz de ser contenido en el mayor “librazo” o mamotreto imaginable.
Porque, sépase de una vez, hay maestrillos que se saben su librillo de carrerilla, maestros que educan, libros que sí sirven, aulas que funcionan, clases que se aprovechan, alumnos que avanzan, profesores que profesan, IES recomendables,… y españoles al fin, en fin, educados provechosamente pese a todo. Porque, y sépase para seguir su ejemplo, miles de profesores hay –iba a decir “quedan”- que, sin haber perdido un solo paso de los tiempos, son capaces de dar a diario clases espectaculares –no iba a decir “magistrales”- con la mera ayuda de su persona, de su voz, de una tiza,… y de un talante, es decir, de su librillo. Que ellos son la columna que todavía sostiene lo que resta del edificio educativo, cada uno a su manera, modo o entender, es algo que saben calibrar a la perfección tanto el compañero comprometido con su profesión, como el alumno interesado, como el padre responsable, los tres; tres, ojo, pero no más: ni ampas, ni consejos escolares, ni inspectores ni demás gentes adscritas a lugares educativos totalmente ajenos al único sitio al que únicamente tienen acceso los tres antedichos: el aula, sí, el aula, la del 3ºB por ejemplo, ese lugar rectangular con pizarra, tarima y pupitres -por si no se recuerda-, recinto tan distante de lo que es un despacho al uso, que podría decirse que es exactamente su contrario.
(Juan Pedro Rodríguez)

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