El Jamelgo.
Dado el éxito que tuvo el primer artículo-lo cual demuestra el interés del personal por estos temas-, sigamos hocicando un poco en él.
Dentro de la cabeza del niño pequeño (de 4 a 8 años, depende del grado de madurez), la muerte, sencillamente , no existe: es una cosa de películas, algo extraño que ve por televisión. En mi opinión, es bueno que sea así y así debe dejarse.
Pero cuando el mozalbete va creciendo (pre-adolescencia) y van formándose sus estructuras cerebrales definitivas y empiezan a desarrollarse unas bases de comportamiento y una manera de encarar la vida sobre las que construye su posterior personalidad (siempre sujeta al cambio por otra parte: las raíces las echan aquí y luego el árbol va creciendo en una dirección u otra dependiendo de la luz, el agua y el sustrato). Debe empezar a poner los pies en el suelo, conocer que las personas y los animales tienen un ciclo y que irremediablemente igual que se nace, se muere. Hay que, suavemente, vacunar sus cabezas para estos trances de manera que se amortigüe el impacto. Procede enseñarles a valorar cada minuto de la gente que tienen a su alrededor y de su propia existencia. Sin tragedias, tranquilamente, con normalidad.
También debemos mostrarles (y demostrarles) que existen personas buenas y personas malas (tengan estas la edad que tengan). Gente que les va intentar hacer daño gratuitamente. Que es conveniente alejarse de ellos-si es que no cambian de actitud-. Quizá no se encuentren con un terrorista en clase, afortunadamente, pero sí con un macarra, abusón y bullero (versión infantil de los primeros) y que a esos hay que pararles los pies-siempre que no se pueda rectificarlos; o como mínimo, mantener las distancias-. Que si a uno le molestan, saber quejarse a quien corresponda y exigir que hagan cesar esa actitud es lo correcto, que las reglas son para todos; que están-precisamente para proteger a los débiles- y que uno no es un chivato si pide que las cumpla fulanito o menganito, sino una persona que sabe defender sus derechos y los de los demás frente a los que quieren apabullarlos. Que el malo no es el papá que regaña, el maestro que corrige o el poli que te advierte, sino el que conscientemente hace daño a los demás, por muy coleguita y molón que sea.
Si conseguimos inocular esas actitudes en nuestros cachorros, puede que haya menos jóvenes que se lancen al vacío de la sinrazón a matar y a morir.
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