Pedro Hermosilla
Imagínese que usted es panadero y, durante sus días de vacaciones, el jefe le manda hacer un par de docenas de barras de pan al día, para refrescar y para que no se le olvide cómo hacerlas; o carpintero, y se lija usted un par de sillas por día por las mismas razones,-o sinrazones-.
Bien, pues eso mismito son los cuadernillos de verano que les endosamos (o endosan) a los niños durante su periodo de descanso (en algunas ocasiones incluso merecido). Se pasan el año rellenando fichas, libros y haciendo cuentas y no se nos ocurre otra brillante idea de que lo sigan haciendo en verano.
Que sí, que es para tener la mente activada y para que no se pasen el día con la maquinita del demonio, etc, etc y etc. Pero hay formas más inteligentes, y sobre todo más motivadoras de hacerlo; el cuadernillo es la calle de en medio, la solución cómoda y fácil que no suele llevar a ningún sitio…máxime cuando se pueden contar con los dedos de las manos los maestros del planeta que lleguen en septiembre y se corrijan 30 cuadernillos por asignatura. Ni de coña, eso no existe. El cerebro aprende a través del la emoción, de la motivación y de la aplicación; evidentemente, en este caso ni la una ni la otra…ni la de más allá.
Cómprenles libros o cómics que les gusten, que sume y divida el nene las cuentas del chiringuito, mándelos a comprar al kiosco y denle propina si aciertan a priori con las vueltas, que le cuenten por escrito lo que han hecho en la playa para ganarse el helado de la tarde, que encuentren formas poligonales en la urba y las fotografíen con sus móviles molones entre selfie y selfie (safarí fotográfico de pentágonos, de hexágonos y de triángulos isósceles) …Hay mil formas de aplicar los conocimientos adquiridos en el colegio y encontrar su utilidad. Ahora es el tiempo. Les va a ser mucho más barato, mucho más gratificante y , sobre todo, mucho más efectivo.
De nada.
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