Machismo sin palabras

Susana Gisbert

Mucho se está hablando estos días de algo llamado “manspreading”, algo así como la invasión del espacio por otros –generalmente por hombres- y que se ha venido traduciendo por un término que confieso que no me gusta nada: despatarre.

Según el diccionario Oxford, este término anglosajón alude a la manera de sentarse algunos hombres, en especial en el transporte público, con las piernas abiertas, invadiendo el espacio de los asientos adyacentes. Una realidad que vemos cada día, la cataloguemos como machismo o no.

La verdad es que la cosa plantea sus dudas, incluso entre algunas personas que no albergan duda alguna sobre el feminismo. Me decía hace poco una amiga que ella piensa que no tiene nada que ver con el machismo, que es cuestión de educación, y que hay algunas mujeres que también tienen esa fea costumbre. Y no niego que, en parte, tiene razón. También es una cuestión de educación. Con mucho énfasis en el “también” y mucho matiz en “educación”.

Me explicaré mejor. Como le dije a ella, se trata de algo que va más allá de la desconsideración. Y es que el tema responde a un estereotipo que tenemos tan interiorizado que ni siquiera somos conscientes. Por eso, desde niñas, nos han dicho eso de “sentarse como una señorita”, tener bien cruzaditas las piernas cuando estamos cara al público, algo que jamás oí decir a un varón. Y además, jamás se mira mal a un hombre que se sienta con la piernas cruzadas en ángulo recto, o abiertas sin más, cuando a una mujer que hace lo mismo se la tilda rápidamente de “ordinaria” o “basta”. Porque nosotras tenemos que ser finas como un coral, y sin embargo, del hombre dice el refrán que, como el oso, cuanto más feo, más hermoso.

Así que la cosa va más allá. Y forma parte de un catálogo de gestos que asumimos como naturales pero entrañan un machismo bien enraizado. Cosas como las que vemos en los restaurantes, donde suelen traer la bebida alcohólica al hombre y el refresco a la mujer, el café solo a él y el cortado a ella, o es al varón a quien inconscientemente presentan la cuenta. Seguro que les ha psado mas de una y más de dos veces.

Otra prueba de fuego es ir a una tienda de electrodomésticos. Si se pide una lavadora, una batidora o una plancha, el dependiente suele dirigirse a la mujer, mientras que si se trata de un equipo de música o un televisor, la mirada se dirige a él. Como si naciéramos con un chip que nos inclina a uno u otro tipo de aparato según su finalidad.

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Del mismo modo, si vamos a un concesionario de coches, suelen ofrecer que sea él quien pruebe el asiento del piloto, y para nosotras el del copiloto. Y si lo que buscamos es comprar un vehículo, nos ofrecerán a nosotras uno chiquito y coqueto y a ellos uno grandote y potente.

Pero eso no es todo. En la vida doméstica, siguen siendo muchos los hogares donde el dueño y señor del mando a distancia es el hombre, incluso de manera inconsciente y consentida.

No preetendo generalizar, que de todo hay en la viña del señor, pero a buen seguro que lectores y lectoras nos hemos visto reflejados en alguna de estas situaciones. O en todas. No siempre pasa, pero sigue pasando más de lo que sería deseable.

Así que no solo es cuestión de educación. Imagino que también a las mujeres orientales las educaban para que anduvieran un paso por detrás del varón, y tal vez lo consideren tan normal que no vean machismo alguno en ello.

Pero lo es. Y ese es precisamente el problema. Que no vemos esos gestos cotidianos como manifestaciones de una educación machista que venimos arrastrando desde la noche de los tiempos. Y que es hora ya de que cambiemos. Nos guste o no el término “despatarre”.

@gisb_sus

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