Vicente Torres
Tengo escrito que lo que lo que más envidia despierta no es la inteligencia, el dinero, o cualquier otra cosa por el estilo, sino la bondad.
Pero hete aquí que Javier Aguado Rebollo vino a explicarlo con más arte en un acto público en el que estuve y luego lo publicó en su Facebook:
«Por más precauciones que tomes, tarde o temprano terminas conociendo a una persona buena. No hablo de una que va de buena pero vete tú a saber. Hablo de una verdadera buena. Lo da todo, todo lo comprende, es fuerte a la vez que delicada, no sabe qué es el rencor, ni la envidia, ni la maledicencia… Ya me entendéis.
Cada vez que te ofrece algo, piensas que tú nunca das nada; sus elogios constantes a todos y por todo te recuerdan lo mucho que te gusta hablar mal de todos y por todo; su alegría por el bien ajeno es una bofetada a tu tristeza por ese bien; su tristeza por el mal que ve a su alrededor, otra a tu alegría por ese mismo mal, su modestia contrasta con tu vanidad, su sosiego con tus miedos…
Está claro que la bondad es una falta de educación.»
El lector perspicaz habrá advertido que el propio Javier es una de esas personas que cometen esa falta de educación. Otros hemos llegado a la misma conclusión por el método deductivo, pero él sin duda lo ha hecho atendiendo a su propia experiencia, cosa que trata de disimular sirviéndose de la ironía.
Las buenas personas resultan especialmente molestas a los más bellacos, a los más dados a la traición, a los más inconsecuentes, a los más ventajistas, a los más desleales.
Para quienes tratamos de ser buenas personas, nos sirven como ejemplo, nos hacen ver que es posible, que hay otros que lo han logrado, aunque tiene sus riesgos, como se va viendo.
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