‘Cien años de soledad’ cumple 50 años

Gabriel García Márquez.

Obra cumbre de Gabriel Garcia Márquez

MH.- Después de quince años de trabajo, Gabriel García Márquez consiguió terminar su obra maestra desde la primera vez que mencionó sus intenciones en la revista «Crónica», aunque posteriormente afirmó haberla escrito en dieciocho meses. La novela está llena, según el propio autor, de semblanzas autobiográficas.

Sus personajes y escenas se inspiraron en situaciones reales que vivió el escritor en su infancia. La estirpe de los Buendía refleja el entorno en que creció Gabo (García Márquez), que se crió en la casa de sus abuelos: Tranquilina Iguarán y el coronel Nicolás Márquez, quienes comparten claros paralelismos con los personajes de Úrsula Iguarán y Aureliano Buendía. También el ascenso a los cielos de Remedios La Bella mientras tendía las sábanas está inspirado en la vida del autor: «se voló mientras tendía» era la explicación que la familia de una muchacha de Arataca daba a quienes preguntaban por la joven, que se había ido a vivir con un hombre antes del matrimonio.

El emplazamiento ficticio de la novela, Macondo, debe su nombre a una finca que el niño Gabo encuentra al lado de la vía del tren en su ciudad natal, Arataca (Colombia), de la que extrae también numerosas pinceladas para crear su ecosistema literario. En la ficción el devenir de los días se impone con una intensidad extraordinaria: a Macondo lo asolaron la plaga del insomnio y la de la amnesia. Luego el diluvio: llovió durante cuatro años, once meses y dos días.

La naturaleza se mantiene en una constante comunión con el día a día de los lugareños expresándose en fantásticas revelaciones; muestra de ello es la lluvia de flores amarillas con la que homenajeó tras su muerte al primer morador de la ciudad, o los luminosos discos que atravesaron el cielo en los más de 112 inviernos de Úrsula Iguarán.

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La genialidad narrativa de Márquez presenta con total naturalidad el estallido de mariposas amarillas que se manifestaban en los encuentros de amor entre Mauricio Babilonia y la entrañable Meme, el esmero con el que Amaranta tejió y deshizo su mortaja que durante cuatro años hasta concretar la fecha de su muerte o el hilo infinito de sangre de José Arcadio, que tras el sorprendente arrebato de Rebeca, rodea los barrios del pueblo, atraviesa sus casas y sube sus escalinatas hasta llegar a la cocina de su madre.

Nunca imaginó García Márquez que su manera particular de contar historias implicaría el nacimiento de un nuevo género literario, el realismo mágico, que fue parte de los argumentos que decidieron para él el Nobel de Literatura en 1982.

Tal fue el calado de la novela que sus metáforas se enredaron más allá de la ficción. Hace menos de un año de la última vez que las alusiones a la novela erizaron el vello de no pocos en uno de los momentos más relevantes de la historia de Colombia: «Se acabó la guerra. Díganle a Mauricio Babilonia que ya puede soltar las mariposas amarillas». Así sentenció Iván Márquez, líder de las FARC, el acuerdo de paz con el Gobierno colombiano.

Sin embargo, para su autor, «Cien años de soledad» no dejó el mismo poso que en la historia de la literatura, a lo largo de su vida repitió incansablemente que no era la obra de la que más orgulloso se sentía: «sólo tienes que abrir cada día los periódicos para ver que ocurren cosas extraordinarias», dijo en 1988. Sostuvo con determinación esa postura hasta el día de su muerte, el 17 de abril de 2014. Un Jueves Santo, el mismo día que Úrsula Iguarán.

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