Opinión

Cuando los patanes tomaron el poder

Vicente Torres

Son personas que atienden más a los vínculos de cualquier tipo, a los éxitos, o a la situación dentro de la manada, que a la razón, que a la calidad humana. No gastan ni un minuto en adquirir fineza, en cultivar su espíritu, en nutrirse de altos ideales.

Pueden minimizar, ignorar, marginar, o despreciar a otra persona, sin que les preocupe poco ni mucho el modo en que afecte el gesto al interesado. Quizá hayan leído a Camus, e incluso comentado apasionadamente aquella apreciación suya en la que dijo que una mirada fea o un gesto despectivo pueden ser la gota que colme el vaso y lleve a alguien a suicidarse, pero sólo para dejar constancia de que lo han leído, o sea, que no son incultos.

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Es posible que sean de esos, o esas, a las que les basta con afiliarse a un partido de izquierdas, o a un sindicato, o votar a un partido de izquierdas, para sentirse solidarios, o solidarias. Aunque en esa ocasión el partido de izquierdas, tras ganar las elecciones, haya gobernado tan mal que haya llevado a la ruina, o empobrecido a una gran cantidad de gente, aunque el sindicato, con sus huelgas mal calculadas, con su egoísmo, coyuntural o no, haya hecho quebrar alguna que otra empresa. Es decir, les basta con alinearse a la izquierda para creerse solidarios y superiores moralmente a los que no son de izquierdas. E incluso odiarles.

Pero no todos los patanes están en la izquierda, también los hay en abundancia en la derecha, muchos de los cuales quizá hayan recibido una educación esmerada y sepan cómo tomar un café o comerse una langosta, componiendo el gesto exacto en cada ocasión, pero, no obstante, su espíritu puede ser más basto que la suela de una alpargata. Se da con frecuencia este caso.

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