Pedro Hermosilla
Los clavos de la cruz que te atraviesan
traspasan como infamias homicidas
las manos redentoras de la Tierra.
Respiran por tu sangre las heridas:
maldita sea la zarza que proyecta
las garras de esa corona de espinas.
La sangre riega la piedra y arenas
del Gólgota: anfitrión de tu calvario.
Lloran ojos lágrimas nazarenas.
Muere el Dios del Amor entre ladrones.
Sin duda es Dios quien con su último aliento
pide perdón por sus ejecutores.
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