Hacernos la Pascua

Susana Gisbert

Otra vez Semana Santa. Vacaciones, procesiones o playa según los gustos –o ambas, que en Valencia es posible-. Y, según nuestra tradición, comerse la mona, saltar a la comba y volar las cometas. Siempre recuerdo las Pascuas de mi infancia en que, además de todas esas cosas, la televisión nos espetaba a diestro y siniestro películas como Quo Vadis, La túnica sagrada o Ben Hur, entre otras muchas que casi sabíamos de memoria. Tener solo dos canales es lo que tiene.

En nuestra tierra somos, por regla general, más de Pascua que de Semana Santa. Teníamos, y seguimos teniendo, unas vacaciones escolares diferentes al resto de España que nos hacían sacar pecho y presumir de que “Valencia is different”. Tal vez por eso siempre me he preguntado por qué se dice eso de “hacer la pascua” como sinónimo de hacernos una faena, con lo estupendo que era tener en esos días más vacaciones que nadie. A mí me iba más lo de “estar como unas pascuas” por esa misma razón.

Pero el tiempo pasa y una acaba descubriendo las cosas. Y ahora sé que, según parece, lo de “hacerle a alguien la pascua”, viene de la costumbre de la Pascua del Antiguo Testamento –la Pascua judía- en la que se mimaba y engordaba al cordero para luego acabar comiéndoselo. Y efectivamente, menuda faena que se le hacía al animalito.

Y no sé si es por la cercanía de la fecha o por esa perniciosa costumbre que tengo de leer las noticias, pero no deja de venirme a la cabeza esa frase hecha. Porque, desde luego, quienes mandan parecen empeñados en hacernos la pascua de continuo, empezando por el señor del pelo indescriptible que manda en el país más poderoso del mundo y acabando por todos los señores –y alguna señora- que hacen lo propio en sus respectivas naciones, instituciones y demás centros de poder. Decisiones que hacen ponerse a temblar al mundo entero mientras, ellos sí, “están como unas pascuas”.

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A veces añoro las Pascuas de mi infancia, en que no se podía ver en la tele mucho más que las procesiones y las películas biblícas. Pero luego, despierto de esa nostalgia que todo lo tiñe de rosa y celebro que seamos libres para ver lo que nos dé la gana sin que nos metan la religión –o mejor dicho, una sola religión- en vena.

Pero hay algo que sí añoro de verdad. La costumbre que, al menos en mi familia, teníamos el día de la merienda de Pascua de estampar el huevo duro en el primer incauto que pilláramos distraído, llegando a veces hasta causarle –o sufrir- un considerable chichón, que ese día estaba permitido. Me encantaría que esa bula se extendiera y poder estampar huevos duros en la frente de todo el que se lo merezca.

¿A qué es una buena idea? Pues vayamos pensando a quién, aunque, visto lo visto, no sé si habrá suficientes gallinas para abastecernos. Siempre podemos emular a Groucho y añadir eso de “y dos huevos duros”.

@gisb_sus

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