‘God save the Brunch!’

La moda del «brunch» parece que ha venido para quedarse, es casi obvio reconocer que engancha, no tiene edad

Tino Carranava

Nuestro entrañable amigo Harry, rebelde inglés con causa, nos convoca, de urgencia, a un «brunch» improvisado tras escuchar a la premier británica, Teresa May, dar el chupinazo a la cuenta atrás del (in)deseado «brexit». Ya se sabe, las penas con pan son menos. Lo prometido es deuda y las deudas obligan. La amistad alcanzada conlleva una responsabilidad ineludible de acompañarle durante la triste jornada.

La coartada perfecta nos permite llegar al privilegiado momento de compartir un «brunch» a media mañana. Lo de privilegiado es tan literal como metafórico, con permiso del vital «esmorzaret» que hemos aparcado. Los que piensen en el (o)caso del «brunch» como moda pasajera están equivocados. Hay suficientes razones para hablar de su implantación.

Tenemos por delante una hora para someter el cabreo de nuestro amigo Harry derribando clichés. Decidimos acompañarlo para entregarnos sin pudor. ¿El resultado?. Prueben y lean. La liturgia del «brunch» se inventa mil y unas maneras cotidianas de gestionar el desayuno y la comida. Sin prisas pero sin pausa. La conversación es un laberinto de opiniones, dulces y saladas, al hablar de la futura resaca del «brexit» y la contundencia de la enrocada Teresa May. La división de opiniones se extiende en la mesa.

No solo es un objeto de deseo gastronómico para algunos, también es el envoltorio más «cool» del almuerzo para los clientes más o menos madrugadores. Antes de soltar más rollos, el menú, que siempre habla por si mismo: bollería recién horneada, quesadillas, «kirch», tartas, empanadillas, «bagels» con todo tipo de acompañamientos, el omnipresente zumo de naranja y la presencia de la dos imponentes cervezas rubias. Los postreros yogures seguidos de cafés y tés ecológicos completan el encuentro como seña de identidad.

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La primera vez que oí esa palabra fue en boca de George y Mildred, los entrañables televisivos Roper. Recuerdan, basta con ampliar horizontes catódicos nostálgicos para descubrirlos. Por mucho que nos los hayan vendido mil veces su influencia en determinados ambientes sigue sorprendiéndonos. El «brunch» se ha convertido en un best seller de la gastronomía popular y en el recurrente sueño «gastrourbanita» del fin de semana.

Maridaje acrónimo que surge del matrimonio lingüístico, a modo de juego de palabras, de «breakfast» (desayuno) y «lunch» (almuerzo), combinación temporal perfecta del desayuno tardío y la temprana comida. Un cruce de destinos gustativos que lleva a esta fusión. La frontera gustativa se diluye entre horas. Aunque afortunadamente por el momento no rivaliza directamente con nuestro «esmorzaret» ni con el clásico aperitivo. Ya se producen ciertos conatos domingueros, cuerpo a cuerpo, entre todas estas costumbres, tardeo incluido. El tiempo dirá si se consolida esta colonización hostelera.

Cualquier moda gastronómica adventicia se convierte en religión arrastrada por corrientes globales. Sin caer en el aire lanar, que nos caracteriza, al asumir otras costumbres gastronómicas venidas de allende llega la hora de escrutar un mundo nuevo. Hay momentos para todo.

El «brunch» se valencianiza con singular asunción cotidiana. En medio del huracán generacional que prejubila hábitos y crea nuevos gustos. Cada día recibe apoyo indisimulado. Hay evidencias que señalan que ha venido para quedarse definitivamente. Es casi obvio reconocer que engancha, no tiene edad. En Valencia, por lo visto no resulta difícil rastrear locales donde destaca: La Más Bonita, Dulce de Leche, Guayoyo, Saona, Bluebell Coffee, Moltto, Brunch Corner.

Lastrados por la complicidad, el «brunch» comienza a ser un referente puntual. La experiencia es (in)transferible. Acercamiento gastronómico si, con permiso de nuestro «esmorzaret» y sin olvidar la empatía del aperitivo. Aunque debemos tener claro que el ojo gastronómico debe parpadear en todas las direcciones, adoptemos una distancia cautelar. Busquemos maneras de practicarlo sin caer en el clásico encasillamiento de otras costumbres foráneas.

Varios de los acompañantes nos dicen, lejos del mundanal ruido del local, que no practican diariamente la cultura del des(ayuno), cualquiera lo diría. Han transcurrido 70 minutos. A nuestro Harry se le ve más relajado, las dudas y sinsabores del futuro «brexit» han caído en el olvido. Dicen que los homenajes son un modo de gratitud. Parafraseando a otro Harry, el detective Callahan, «El Sucio», te alegramos el día: «God save the Brunch».

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