Un maravilloso déjà vu

Es maravilla ver cómo le siguen, como quieren formar parte de su séquito de fans, porque para ellos, papá es lo más

Noe Martínez / LIVING LA VIDA MADRE

SUGERENCIA MUSICAL, ‘Déjà Vu’, de Shakira y Prince Royal

– Mamita, ¿si le desmontamos la cunita al bebé, dónde va a dormir? – Nicolás me mira como miran los gazapos a su mamá, mientras recoge y aspira la madriguera.

– En su camita de mayores, amor, porque ya es un chicazo…

Mi mayor, que para cualquier cosa está preparado menos para asumir que su alter ego, su ‘te quiero con el alma-me celo hasta el infierno’ sea un tipo cuajado, con opiniones, gustos, berrinches y ataques de cariño idénticos a los suyos, arquea la cejas, perplejo. Y para qué negarlo, para mí también, que aunque amar a mi bebé siempre ha sido un amor con maravilloso déjà vu, ya vivido, sigue sabiendo a sorpresa y emoción y lagrimita y qué rápido pasa todo en cada nueva etapa superada.

– Hombre no, un chicazo no, que no tiene bigote… – Se ríe, mientras mira a su hermano, que está absorto tratando de dar de comer a un oso con un lima de las uñas.

– ¡Cierto!, pero tú tampoco tienes bigote y eres mayor – Sentencio, sin dejar de arrastrar muebles por la habitación. Lo maravilloso de tener niños en casa, es que cualquier cosa que muevas, siempre trae consigo sorpresas inesperadas…

– ¡Ala, mira, un bosponjaaaaa…! – Lorenzo se apresura a hacerse con el muñeco, haciéndole un placaje a su hermano, que se tira en plancha a por él.

– ¡Eeeeh, ese muñeco es mío, me lo regalaron a mí en mi comunióóón…! – Nicolás, todo frustración e ira, combinación deliciosa si lo que quiero es que la paz y la cordialidad del hogar se vaya al garete.

– ¿Qué me cuentas…? – Me río – Muchachito, tú aun no has hecho la Primera Comunión, así que, malamente…

– ¡Es mío bosponja, es mío bosponja, es mío nostuyo!, ¿valeee…? – El bebé, que está en esa etapa interminable esponsorizada por Santa Rita, Rita, lo que se da, no se quita, esconde el muñeco en la manito, apretando con fuerza. Tanto aprieta, que se le ponen los deditos rojos, cual salchichitas de cóctel.

– No, no es tuyo: lo que hay en casa es de tooodoooos… – El mayor se abalanza sobre el pequeño, y aquello es una lucha greco romana. Yo, habituada al sindiós ‘niños rodando’, sigo a lo mío, pensando si la estantería estaría mejor aquí, allá o acuyá.

– ¡Eeeeh! ¿Qué hacéis…? – Noto como uno de los dos me mete por dentro del calcetín algo duro y plasticoso.

– ¡Este bosponja es mía y de mi mamáááá! – Lorenzo parapeta el objeto de deseo en mi persona, porque en su mente a medio hornear, piensa que no hay lugar más seguro. Lo miro. Muero de amor.

– ¡Eso no valeeeee…! – Protesta el mayor – ¡Esconder las cosas entre las piernas de mamá es trampa…!

– Hombre, no sé, según se mire… – Ataja el paciente padre, socarrón, que recién acaba de asomar por la puerta.

– ¡Boca negra…! – Digo, lanzándole un par de mini-calcetines, hechos una mini-pelota.

– Papito, Lorenzo me cogió mi Bob Esponja, el que me regalaron en mi Comunión… – Nicolás se echa, peliculero, a los brazos de su padre.

– ¿¡En serio ya has hecho la Comunión…!? ¿Y no me invitaste a tu merendola de jamón blanco y tu castillo hinchable? ¿Me he perdido la conga al ritmo de Chantaje de Shakira? – No puede parar de reír – Cariño, creo que he dormido más años de la cuenta…

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– ¡Papiii, mira Icolásh! Quesmía el bosponja, ¿vale? – Lorenzo, otro que tal: a peliculero, peliculero y medio. Los dos niños amarrados a las piernas del paciente padre, que hace lo que puede por avanzar hacia mí, y darme un beso de buenos días.

– Qué bien, madre, me encanta levantarme y saber que alguien pulsó el botón de Fast Forward: ¿la Comunión? – Vuelve a reírse, pero le dura poco, porque unos de los Okupas que tiene encadenados a sus piernas le tira de una mata de pelo, que, por cierto, deja medio rala – ¡Ayyyyyy, peroooo…!

– No fui yo, fue Lorenzo, que cuando yo estaba intentando recuperar mi Bob Esponjita de dentro del calcetín de mamá, él también quisió* hacerlo…

– Quiiiisooooo… – Interrumpimos papá (aun ayayayayay) y mamá, en pro de que argumente y conjugue con propiedad.

– … Quiiisooo hacerlo, y para no perder el equilibrio, se agarró a tus pelambreras perneras.

– ¿¡Mis qué…!? – El padre, maravillado y afeitado en seco de tobillo para abajo, se limpia las lágrimas anfibias, las que nadan por pupa y alegría, all together.

– Tus pelambreras perneras, hombre, los pelos que tenías aquí y que ahora ya no tienes… – Se queda mirando el tobillo de su padre – ¡Ostrás, mamita, papá tiene ahora un trozo de pierna como las tuyas…!

– ¿De bonitas…? – Apunto, divertida, mientras impido que el bebé siga depilando a su padre en seco.

– De calvas… – Nicolás aprovecha que su hermano está en mi regazo, para sacar de mi calcetín el muñeco de Bob Esponja.

– Mamá noscalva, noooo; mamá es un piluche… – Y con la misma lima de las uñas con la que alimentaba al oso, hace un túnel entre mis dientes y mi encía, y en cuya perforación casi se me lleva un incisivo…

– ¡Lorenzo, hombre, que me dejas fanada…! – Me aparto, pero reconozco sangre en el sabor metalizado que me invade la boca.

– ¡Chicos, todos al salón, que vamos a desayunar y a ver dibujooooos…!

El paciente padre, cual flautista de Hammelin, insta a que los niños le acompañen. Y funciona, porque lo miran con embeleso, y se echan pasillo. Es maravilla ver cómo le siguen, como quieren formar parte de su séquito de fans, porque para ellos, papá es lo más.

– Mamita, vencomigo. Ven con Lorenzoooo…

Mi ex bebé (ahora chicazo, que duerme en camita de mayores) se gira y me tiende una manito regordeta.

Me sonríe, y entonces le sonríe la cara toda, porque los ojos se le achinan como a un Shanhainés de Shanhai de toda la vida. Y como no hay nada mejor que la pelusa para que te quieran el doble y con intensidad, el mayor también se gira y hace lo propio.

– Mamita, ven al salón, que vamos a ver dibujos y a comer palomitas…

– ¿Palomitas? Las palomitas no son un desayuno, Nicolás… – Apostillo, mientras me meto en el medio de la comitiva paterno filial hacia el salón.

– Sí, sí que lo son: tú las haces y nosotros nos las comemos. Es por la mañana, son desayuno: ahí lo tienes, ¿qué no?

El paciente padre y yo nos miramos, y explotamos en risas. Lo mismo que Nicolás que no acaba de creerse que su hermano sea un tipo casi pelo en su no bigote, nosotros tampoco acabamos de entender cómo la lógica se alinea en una cabeza tan nobel. Verlos crecer, razonar, interactuar, pelearse, disfrutar, enfadarse, venirse arriba, emocionarse, cantar a pecho abierto, lamer la última perla de helado en un vasito que parece no tener final… Cualquier sensación en ellos, con ellos, es el regalo de la vida, una vida revuelta, con prisas, sustos, miedos, besos y promesas de me voy a portar bien, me voy a portar bien. La vida con ellos es mucho más una vida entera. La vida con ellos es una vida láctea, porque ¡son la leche!

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