Confieso que he triunfado

Vicente Torres

He llegado a una edad en la que ya puedo alardear de mi triunfo, uno de cuyos motivos es que no me apetece nada la venganza.

Alguna vez me he imaginado en la situación (la vida es impredecible) en que pudiera llevarla, o llevarlas, a cabo con total tranquilidad. Y no me apetece. Entre otras cosas porque lo de ponerme a la altura de según quienes no me convence. Torcer la ruta vital que uno se ha propuesto para dar satisfacción a unos bajos instintos no parece buena idea. Es mejor dejar que cada uno siga el camino que ha elegido.

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Otro triunfo más es el de no desearle ningún mal a nadie, ni siquiera a quienes con toda seguridad me lo desean a mí, o eso han dejado ver. Es cuestión, una vez más, de raciocinio. No gano nada con el mal de otros, salvo si se lo deseo, en cuyo caso lo que gano es vileza, que prefiero dejar entera para otros.

La venganza, la vileza, el deseo del mal para otros, son tentaciones que siempre están acechando, por lo que es vital mantener la cabeza fría para darse cuenta de lo que conlleva su aceptación. Cuando uno discurre y se da cuenta de lo que significan las cosas y las consecuencias que tienen todo resulta más fácil y casi ni siquiera resulta necesario servirse de la fuerza de voluntad.

Comprendo que el título de esta columna puede haber llevado a engaño a más de uno, pero obviamente esa no era mi intención. Él éxito o el fracaso hay medirlos según las metas que se ha propuesto cada uno y éstas pueden ser tan diferentes como el número de personas, aunque lo más frecuente es que muchos se arremolinen en pos de algunas que quizá no merezcan la pena y que, en todo caso, son inalcanzables para la mayoría.

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