Buñuelos & chocolate, sociedad limitada

La dulce pareja se da el «sí quiero» durante todas estas fallas

Tino Carranava

Una sucesión de complicidades gustativas nos lleva a conocer la sociedad limitada que forman la coalición del buñuelo y el chocolate. Terminando ya la semana fallera, recibimos la visita de amantes del desayuno con churros y debemos poner en valor a esta delicatessen de sartén llamada buñuelo con apelación cervantina. La coartada es perfecta.

La pareja se dará el «sí, quiero» hasta el próximo 20 de marzo, según han desvelado fuentes municipales, la exclusiva de la boda ya está vendida en más de doscientos puestos ambulantes que, con mayor o menor fortuna gustativa, pueblan las calles. Los sabores generan divisiones y polarizaciones que, a menudo, van más allá de la racionalidad «gourmet».

El sabor dulce del buñuelo retoma con fuerza su relación con el chocolate. Ambos se necesitan. Estrujamos con fuerza a esta pareja. La madrugada (pre) fallera nos lleva al cielo tras atravesar un denso purgatorio gustativo. El recorrido tiene diez estaciones de servicio, suficientes, para constatar la excelsa calidad de algunos, la inercia de otros y el quiero y (no) puedo de determinados puestos ambulantes.

Los buñuelos y el chocolate son el preludio y el epílogo de las jornadas falleras. Servicio 24 horas. Tras la irrupción vertiginosa de la sinfonía golosa, los paladares laten desbocados sin área de descanso favorita.

Sabor dulce a dos bandas, dueto de personalidades, una vertical golosa sin límite. Jornadas que (in)mortalizan a los buñuelos y al chocolate. La semana fallera es el instrumento idóneo para descubrir la ubicuidad de dos personalidades dulces, distintas, que operan en duopolio.

La incompleta felicidad gustativa se desvanece afortunadamente tras visitar un clásico entre los clásicos. Horchatería Fabián, (Calle Ciscar, 5). Nos reencontramos con el buñuelo al que no vemos pero tanto queremos, tras la obligada cola. El buñuelo se exhibe, sin olvidar la histórica y necesaria rivalidad con los universales churros.

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Tras más de tres semanas de amor callejero, ambos deciden poner punto y final a su vida gustativa en común. Aunque afortunadamente existen excepciones donde poder seguir viviendo esa complicidad, como Santa Catalina (Plaza Santa Catalina, 6) y Horchatería El Collado (Plaza doctor Collado. 13)

Algunos intentan encajonar su pasión por el buñuelo & chocolate en los frágiles diques de la lógica hostelera de los puestos falleros y (no) lo consiguen. La convivencia de diferentes crudos de cacao y buñuelos de relativa fortuna aceitosa no desestabiliza al paladar bienintencionado, pero sí erosiona a veces los estómagos. Los dos últimos puestos son de traca. Somos castigados con dureza aceitosa donde los buñuelos sobreviven a duras penas y el chocolate languidece sin huella cualitativa alguna. No pasa nada. Nos levantamos tras este duro golpe.

La atmósfera humeante, del aceite en ebullición, apenas nos permite observar la cercana presencia de otro puesto. Lo volvemos a intentar. Cicatrizados los paladares, otros coquetean rotundamente, sin fingimiento alguno, con los clásicos. No importa esperar cola, ni andar quince minutos más. «No estamos ya para experimentos» señalan.

Comenzamos a implementar tácticas cortoplacistas. «El próximo será el mejor». Nos aproximamos al final tras más de cuatro horas de expedición buñolera. «Resistance». Siempre nos quedará El Contraste (San Valero, 12). Los últimos buñuelos y el crudo líquido de cacao, en el corazón de Ruzafa, suponen un aldabonazo a los paladares rotos. Todos los días tendrán su oportunidad. No duden en conocer la nave del capitán Mariano Catalán. Buñuelos de verdad, sin imposturas. Y con sorpresas «gourmet» con sabor a naranja.

Los puestos ambulantes forman una red de servicio 24 horas, de dulce reportaje, que despachan miles de litros del crudo líquido de cacao y ofrecen docenas de crujientes buñuelos sinfín. Encuentren el más cercano a su posición, pero tengan claro que no todos son iguales. Afortunadamente, los paladares están diseñados especialmente para proteger los estómagos de cualquier impureza gustativa. Pero eso es otra historia.

A la espera del dulce desenlace fallero nos despedimos. El tiempo dirá. Permanezcan atentos. La vertical buñolera vivida permite intuir la magnitud de los próximos encuentros durante la semana fallera.

Las buenas decisiones surgen de las buenas intenciones. Los buñuelos dorados, crujientes, sin sospechosa presencia de aceite en su al(ma)sa, nos mueven, nos entretienen y les decimos contentos… hasta la madrugada que viene.

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