Enrique Ponce, toreo a cámara lenta, rey de la Tauromaquia

El maestro valenciano encabeza esta tarde el cartel del albero de la calle Xátiva que comparte con Cayetano y Ginés Marín

MH.- Muletazos envueltos en suavidad, elegancia, naturalidad, armonía. Viene de impartir una charla en El toreo contado, un ciclo de Tauromaquia organizado por Fomento de la Cultura Taurina en Sevilla.

Enrique Ponce analizó el gran momento en el que se encuentra actualmente: «Lo que siento es lo que soy. Soy torero y estoy convencido que he nacido para ser torero y aquí estaré mientras me encuentre bien». Para ello Ponce asegura que entrena mucho «de cabeza» para perseguir lo que quiere conseguir: «No paro, me preocupo mucho por mejorar. El toreo tiene mucho de espiritualidad porque se torea con todo, también con el alma. Es difícil tener todo eso con 20 o 30 años, la madurez y el poso lo adquieres con el tiempo, por eso vemos a toreros retirados torear mejor que cuando estaban en activo».

Tras 28 años de alternativa el torero valenciano admitía: «Esto es un milagro, he toreado 2.300 corridas y ahora estoy mejor que nunca».

La sala Antonio Machado de la Fundación Cajasol fue testigo de una auténtica lección magistral de Ponce, que comenzó valorando este tipo de actos: «Es importante contar en muchas ocasiones el toreo y que sirva de una manera didáctica. Ahora mucho más, son momentos en que es bueno hablar de toros para fomentar», aunque reconoció que «es difícil explicar el toreo, porque explicar los sentimientos no es fácil».

El torero de Chiva habló sobre su concepto del toreo: «Hay que ser natural, es como siento el toreo. Es donde está el arte, sin forzamientos. Es muy importante que el torero se sienta torero en todo momento, me gusta que haya torería en todo lo que se hace en la plaza». En ese momento Ponce recordó a su abuelo Leandro: «Me decía desde chico que para serlo hay que parecerlo. No me gusta que cuando un torero anda por la plaza parezca un defensa central, hay que andar en torero y sentirse torero». Y habló de la importancia de ver imágenes de toreros antiguos: «¡Que torería! Ahí es donde hay que beber. A mí es algo que me sale natural porque lo he mamado».

También habló de Sevilla, de la que dijo que durante un tiempo le había pesado: «Es una plaza en la que no he tenido suerte y no rompían las cosas como yo quería. Cortaba alguna oreja pero no triunfaba, quería triunfar y no tenía suerte. Me ha pesado mucho y ahora vengo con otra mentalidad, vengo a disfrutar». «Aunque no triunfaba me sentía querido. Hice la gran faena al toro de Zalduendo, que se habló que podía haber sido de rabo, pero mi gran faena en Sevilla está aun por llegar», añadió el torero valenciano.

La plenitud

Con la llegada del nuevo milenio y después de fulminar todos los récords del toreo, Enrique Ponce cambia de planteamiento. Es el momento de bajar el número de actuaciones y de las 100 corridas de 2001 pasa a 56 en 2002. Ponce ha dominado por completo la década de los 90 y llega la hora de bajar el ritmo. Bajar en cantidad, que no en calidad. Dos percances graves también condicionan este descenso de festejos. Ponce cae gravemente herido en la Feria de Abril y, más tarde, en León. Esta cornada le afecta al pulmón y está a punto de costarle la vida. Es, sin duda, el más grave de su vida.

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Prueba de esta última afirmación es que Las Ventas se encuentran el 24 de mayo de 2002 con un torero más reposado y ‘asolerado’. Esa tarde Ponce, que prácticamente reaparecía tras el percance de Sevilla, corta tres orejas a toros de Pereda y Javier Pérez Tabernero y abre por tercera vez la Puerta Grande de Madrid.

Los aficionados madrileños disfrutan de la plenitud de Ponce, como también lo hacen, entre otros cosos, en Córdoba, El Puerto, Almería, Dax, Granada , Jaén y, ya en noviembre de ese mismo año, México, donde repetirá éxito a comienzo de 2003.

Todos hablan de que Ponce ha depurado su toreo y de que está en su cénit artístico. En 2003 torea 79 corridas en las que sigue mostrándose como un torero necesario y de obligada referencia para los más jóvenes. En agosto de ese año incrementa su lista de toros indultados con uno de Torrestrella al que perdona la vida en El Puerto de Santa María. Otra vez arrolla ese mes con tres orejas en Bayona, Almería y Dax y dos en Málaga, Beziers y Nimes, entre otros triunfos de peso.

La leyenda de un torero inagotable, inasequible al desaliento, no para de crecer en los últimos años. 2004 lo cierra con 60 corridas y vuelve a mostrar su contundencia en momentos como la feria de Fallas, en la que corta cinco orejas en dos tardes. Vuelven los indultos, esta vez en Nimes le perdona la vida a un toro de Juan Pedro Domecq. Y de nuevo México es plaza talismán con las tres orejas en una misma tarde.

Pero es a final del año 2005 cuando coloca el listón más alto en el coso de Insurgentes. Nada menos que cuatro orejas y un rabo se apunta en la tarde del 6 de noviembre como culminación a un año en el que de nuevo se habló de lo aquilatado de su toreo y de su incombustible capacidad.

Si hay una tarde que hable muy a las claras de la plenitud de Enrique Ponce es la del 21 de abril de 2006. Ese día la Maestranza se estremeció ante el paso arrollador de una de las más grandes figuras de todos los tiempos. Nadie sabe qué hubiera pasado si Ponce mata a aquellos toros de Zalduendo. Lo claro es que la Maestranza se rindió a su magisterio y su arte. Ponce, por fin, entró en la afición sevillana para quedarse en su corazón.

Esa tarde le dio alas para afrontar una nueva temporada plagada de faenas cumbres y, de nuevo, dos indultos, en Murcia y Espartinas.

Situado en el olimpo de la Tauromaquia, Ponce sigue su camino. Mira hacia el futuro de una Fiesta a la que todavía le queda mucho que aportar.

Fte: diario ABC y página web Enrique Ponce

 

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