La parcialidad legítima

Manuel Huerta

Consulto con varios juristas, uno de ellos penalista, y todos coinciden: a efectos penales solo deben contar las acciones que causan daño. Sin embargo ahora uno puede ser condenado por sentir odio hacia una persona o idea, pero no se trata de odio a cualquier persona o idea, sino solo las que no se consideran progresistas. Una tremenda parcialidad que se impone como legítima. Por ejemplo, el machismo, la xenofobia o la llamada homofobia son consideradas ideas punibles por parte de la izquierda y una buena parte de la derecha «buenisma».

Si uno se atreve a enfrentarse abiertamente contra la costumbre islamista del uso del burka en las aulas o de la ablación del clítoris, eso es incitación al odio. Sin embargo, si uno ridiculiza las imágenes o las tradiciones católicas, tal conducta se considera plausible por amplios sectores de opinión. Se dice que la historia del bautismo de Jesús en el río Jordán es una «leyenda». Se mancha con tinta ofensiva y provocadora el templo que representa el amor y la devoción de muchos, miles de ciudadanos, la casa de la Mare de Dèu dels Desamparats. O ese producto del márketing televisivo, elevado a líder político por la pérdida de valores, los ninis y los subsidios, que dice que hay que quitar la Misa de la programación de TVE, que tiene un share de un millón de espectadores. Y el niño pijo catalán va y le apoya. Todo forma parte de la vía progresista.

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Claro que no es progresista que una drag queen (un maricón exhibicionista y grosero) pueda dar clases de Religión en un colegio, además de posar como Jesucristo en la cruz. Una conducta así me parece que es de odio con recochineo, pero socialmente se ve con originalidad, en aras de la dichosa libertad de expresión.

Aun así, entiendo que el odio sin más no debe ser objeto de sanción penal; bastaría con que la sanción llegara por parte del entorno social. Porque en la España actual aflora el odio por todas partes, sin duda como consecuencia de unas malas relaciones sociales, amplificadas por actores políticos que nunca hubieran sido nadie o nunca serán nada si no enfrentan, prohíben, dividen e insultan a la historia. El odio se asocia normalmente al rencor y a la envidia. Son los hilos con los que se ha tejido durante siglos este país. Defínase uno como progresista o equivalente y ya son odiosos y odiadores todos los demás, vulgarmente los «fachas».

Lo grave es que con esa doctrina del odio como materia penal retrocedemos a los tiempos de la Inquisición o aún peores. Convendría que los eminentes juristas arrojaran alguna luz sobre tal retorcimiento de nuestro Derecho. Más que las leyes, debe preocupar la mentalidad prevalente sobre el particular, que me parece simplemente degenerada.

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