Terrazas, destino favorito e inevitable cambio de aires

Los pronósticos demoscópicos primaverales se cumplen de forma rotunda. Terrazas a rebosar que desequilibran de forma sensible el mapa hostelero

Tino Carranava

Las terrazas contribuyen a crear una rapsodia hostelera típicamente primaveral que alcanza ejercicios de satisfacción culinaria, revisionismo gastronómico y empatía coctelera. En medio del fuego cruzado hostelero tratamos de sobrevivir sin líneas rojas. La jungla de asfalto es un tablero de ajedrez formado por múltiples terrazas, donde bares y restaurantes dirimen sus diferencias al compás del gusto de los clientes.

La misma imagen, día tras día, nos hace pensar en las terrazas como asteroides del universo hostelero instalados en aceras exigidas. Virtuosas de la movilización tienen el mérito indiscutible de desmantelar el interior de los locales de clientes. A veces algunos viales se transforman en una innecesaria carrera de obstáculos. Pero eso es otra historia y desgraciadamente parece asumida.

Las disonancias hosteleras más desgarradoras se dan en algunas calles peatonales donde un surtido incoherente de terrazas con servicio caótico y ambiente ensordecedor queda en evidencia. Razones todas por las que es muy conveniente evitarlas. El reproche no es genérico porque excluye la mayoría con las que simpatizamos.

Las terrazas se proponen – y lo consiguen- alumbrar la mecha primaveral.

Aunque su capacidad está garantizada, en otras no queda acreditada desde un primer momento. Hay un hecho diferencial en algunas terrazas, basado en un modelo de improducción y ficción gastronómica, en el que aparecen vicios hosteleros conocidos. Tras veinte minutos sentados abandonamos el cómodo sofá sin ser atendidos. ¡Ehh hay alguien ahí¡. Nuestro acompañante tiene habituales diálogos de visionario… «Ya os lo comenté, en esta no». Ahora bien, ya puestos y en previsión de lo que nos avecina, me atrevo a hacer un vaticinio. Usted ha vivido o vivirá como nosotros esta situación.

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No es difícil rastrear su influencia. Nos establecemos en una zona de nuevas terrazas compactas e impermeables. Observamos que la franja fronteriza, única zona porosa entre los establecimientos, detecta un cierto trasvase de clientes. Qué ocurre, todo esto esconde una posible respuesta, ¡Ah¡ han establecido un «happy hour».

Terrazas a rebosar que desequilibran de forma sensible el mapa hostelero. Aunque el espíritu de raigambre gastronómica siempre ha impregnado su cometido, las nuevas terrazas se sumergen en los terrenos dominados por el duende nocturno.

Todavía es pronto para saber si los resultados gastronómicos estarán en consonancia con la belleza de los locales. Pero de momento lo que hace veinte años era calificado como el cinturón rojo de la hostelería hoy es una de las áreas que marca tendencia.

Nuestro amigo, Nestor, cónsul del «terraceo», vive permanentemente en el exterior, allá dónde esté. En rigor, celebra un guateque diario. Nos hipnotiza con sus aseveraciones. «Algunas de nacimiento ‘beautiful’ degeneran en ‘ordinary’».

Populares, sofisticadas, exclusivas, primarias, hacen del equilibrio entre el continente y el contenido su sello. Como destino cotidiano favorito para cambiar de aires sus propuestas atienden a todos los gustos. La lección es clara: Hay que aceptarlas tal como son, con todas sus complejidades logísticas y contradicciones hosteleras. ¿Y el cliente? Cada uno decidirá.

La mejora depende de manera exclusiva de la constante intervención y celo de los hosteleros. A ellos confiamos tan alto cometido. Manos a la obra. Que así sea.

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