Valencia

VCF: El equipo es fiel reflejo de su propietario

Manuel Huerta / 

Viñeta de Luis García del Real

A los diez minutos de comenzado el partido, no dejaba de sonar el whassapp de mi móvil. Mientras Parejo dormitaba desesperantemente sobre el césped del viejo estadio del Manzanares; mientras Munir correteaba arriba y abajo sin sentido alguno pero siempre lejos del motivo por el que se le espera aparecer algún día; mientras Enzo Pérez mostraba una y otra vez sus limitaciones técnicas o Garay hacía crujir toda su musculatura para perseguir -solo con la vista- a Griezmann, mi smartphone traqueteaba una y otra vez las campanitas de emoticono verde:

«Que le pasa a Orellana…, que espabile, cóño!», o «Si dejan que el Atleti siga saliendo a la contra lo tenemos chungo», o «Este año a salvarse y el que viene que Dios provea», o «Lo de Cancelo es de cárcel, no debe volver a ponerse esa camiseta»…

Y así y peor toda la tarde. Uno, que además de intentar ser amable y contestar con monosílabos a los mensajes, tenía que tomar nota de las acciones del partido para la posterior crónica, no daba abasto entre la atención necesaria a la tele, las notas para el análisis del ridículo valencianista y la ira por acordarme de los dos personajes que nos han traído hasta aquí, el político-vendedor Aurelio Martínez (increíble insignia de oro y brillantes del club) y el medrador-embaucador-trolero Amadeo Salvo.

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Y este desprecio, que ya he repetido hasta la saciedad en este soporte, viene a cuento porque estos dos y solo ellos dos, no supieron o no quisieron o no pudieron a cambio de algo que desconozco, incluir en el pliego de «exigentísimas» condiciones de venta, una que obligase sí o sí a Lim a devolver el club a sus socios y perder lo invertido en caso de que no cumpliese como así está ocurriendo, con la primera de las condiciones de venta que era la de potenciar el apartado deportivo.

El Valencia que estamos sufriendo desde hace ya dos larguísimos años es el fiel reflejo de su dueño; un equipo cobarde, huidizo, sin personalidad, sin rabia ni honor, repleto de mediocridades, representado por cuatro desconocidos que se pierden por las calles de Madrid esperando un autobús, que pretenden lavar su imagen con detalles como UN Women mientras indignan cada día un mucho más a los seguidores, aficionados y socios con su letanía ejecutiva, con más experimentos, con la ausencia de soluciones.

Sí, mi querido Perico, tienes toda la razón, «este año a salvarse y el que viene…, más de lo mismo». Este Valencia se desangra, se hunde lentamente en el fango sin que nadie que pueda evitarlo muestre predisposición para salvarlo. La agonía, me temo, va a ser larga y dolorosa, mientras Mestalla siga respondiendo con un amor por un escudo manchado por el barro de «Peter Fin», un empresario sin escrúpulos, un ricachón caprichoso que buscó Salvo y al que le vendió Martínez. Al menos, que esta verdad no quede en el olvido y que estos tres personajes aparezcan en la historia del club como epílogo de una vida de sentimiento de cientos de miles de valencianos.

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