El candil de Diógenes

Vicente Torres

 

Hay tipos que a falta de discurso tienen una doblez que no puede ser sobrevenida, sino que ha de haber precisado de un gran entrenamiento previo al que ha de haber seguido un ejercicio sostenido en el tiempo.

Se les adivina que no tienen discurso por razones practicas, puesto que de tenerlo se verían obligados a ser consecuentes, amén de que eso les llevaría a resultar incómodos para otros. Faltos, pues, de discurso están es disposición de ajustarse a lo políticamente correcto, aunque sea de modo circunstancial y durante un periodo de tiempo variable. Siempre cabe achacar esos cambios de rumbo a la evolución personal, aunque en realidad se deba al interés.

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En determinadas ocasiones pueden dejar que asome su soberbia, sin que les sirva de lección lo que le ocurrió a Luzbel. En lo que respecta a mi persona he de confesar que alguna vez he tenido que sufrir a algún tipo así. Mi proceder en esos casos es hacer como si no fuera conmigo y reírme por dentro. Después de haber leído el Quijote y haber tenido noticia de las hazañas de que han sido capaces muchos personajes históricos -Cervantes por ejemplo-, no se concibe que haya quien se lo pueda tener tan creído. Y luego resulta que las habilidades de las que pueden sentirse tan orgullosos, la doblez y afán traicionero, no son como para presumir de ellas.

Este modo, claro está, no viene de ahora, sino que se remonta al origen de los tiempos. «Que mire la wikipedia y verá quién soy yo», me dijo uno de esos, sin darse cuenta de que no es necesario, en absoluto, seguir su recomendación para llegar a una conclusión sobre su persona.

Ya se ve que una de las tentaciones más difíciles de resistir es la de valorar en exceso los propios méritos, reales o supuestos, sin confrontarlos con los que han llevado a cabo otras personas.

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