Un paĆ­s sin autoestima

Enrique Arias Vega / A CONTRACORRIENTE

Ni usted no yo conocemos ningún país con menos aprecio por los símbolos nacionales que el nuestro. Ver una bandera española en nuestras calles resulta improbable y, por no tener, hasta carecemos de texto en nuestro himno nacional.

En mi Ć©poca de aficionado a la NBA, en cambio, tuve que levantarme obligadamente de mi asiento al comienzo de cada partido de baloncesto mientras la megafonĆ­a emitĆ­a el oficial The Star-Spangled Banner. Es mĆ”s: en aquella Ć©poca, un conocido me impuso un pin con las banderas de Estados Unidos y de EspaƱa entrelazadas. NingĆŗn norteamericano se escandalizó por ello; el Ćŗnico que me increpó por esa acción ā€œfascistaā€ fue precisamente un espaƱol.

Como dice la investigadora Carmen GonzƔlez-Enrƭquez, del Instituto Elcano, seguramente este tipo de actitudes se debe al uso abusivo de los sƭmbolos nacionales durante el franquismo. Pero tambiƩn, digƔmoslo ya, a un absurdo complejo de inferioridad de lo espaƱol frente a lo extranjero, por una parte, y ante el localismo excluyente, por otra.

AsĆ­ se explicarĆ­an expresiones como ā€œeso no sucederĆ­a en un paĆ­s serioā€, ante cualquier acontecimiento que nos desagrade, la asociación de los sĆ­mbolos nacionales al extremismo de derechas, la creciente oposición a todo lo que suene a ā€œespaƱolā€ (desde las corridas de toros al uso del castellano en los territorios bilingües) y, en general, a la creencia de que aquĆ­ hay menos libertades, menos conocimientos y menos capacidades tĆ©cnicas que en paĆ­ses a los que damos sopas con honda en esos aspectos.

Se trata, sin duda, de un sentimiento colectivo muy arraigado del que, por fortuna para ellas, carecen otras naciones. Su origen habría que remontarlo a la Reforma del Siglo XVI, como recoge la historiadora María Emilia Roca Barea, en su Imperofobia y Leyenda Negra, y concluye con la afirmación de que en América Latina hubo un genocidio cuando, en realidad, hoy en día hay allí mÔs indígenas que cuando el Descubrimiento.

La única ventaja de este debilísimo sentimiento nacional radica, según, GonzÔlez-Enríquez, en que así no existe caldo de cultivo para el populismo derechista, como ocurre en Francia, Alemania y tantos otros países.

El que no se consuela, pues, es porque no quiere.

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