El arte de escuchar

Vicente Torres

Un fulano de Buñol, tan cortito como su hermano y con su misma dureza facial, refiriéndose a un tercero, decía: es muy inteligente, sabe escuchar. El problema consistía es que sólo estaban dispuestos a escucharle sus subordinados, porque los dos hermanos sabían hacer muy bien la pelota y escalaron posiciones que estaban muy por encima de sus capacidades. Los pobres que tenían que escucharlo se atiborraban previamente de esos productos que eliminan el sueño. Es decir, a todo el mundo le gusta que le escuchen, pero a pocos les gusta hacerlo.

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Saber escuchar es un arte y no todos los oradores ensartan disparates, sino que los hay que dicen cosas coherentes. Hace poco hablé con varias personas, cada una en un momento distinto, que saben de caballos e incluso de mulos. Un señor que cabalgó muchas veces a lo largo de su vida, un veterinario equino, también conocido como albéitar, una veterinaria que tiene caballos y un jubilado cuyo padre, campesino castellano tuvo caballos y mulos, y cada una de estas personas las escuché con gusto y de todas aprendí algo.

Otra de las conversaciones en las que mi interlocutor hablaba y yo escuchaba, y la recuerdo con agrado, es la que mantuve con un panadero ya jubilado que me estuvo explicando los motivos por los que el pan de hoy es de menor calidad al de los tiempos pasados. Él ya lo vio venir hace varios decenios y trató de implicar a otros panaderos en una idea suya, creativa y lógica, pero que ellos no supieron ver. Les propuso una suerte de cooperativa, para comprar un campo y cultivar su propio trigo y luego especializar a cada uno de los hornos en dos o tres productos, para después distribuírselos entre todos ellos, para de este modo abaratar costes y mejorar la calidad. Aquellos panaderos receptores de la idea tuvieron miedo de salirse de la senda y hundir el negocio, cosa que ha acabado ocurriendo precisamente por negarse a cambiar.

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