Y nada como un niño empecinado en ir contra los elementos, contra los mandatos e imperativos, para que una fuerza descomunal lo posea
Noe Martínez / LIVING LA VIDA MADRE
SUGERENCIA MUSICAL, Under pressure, BSO película Canta (David Bowie & Queen)
https://www.youtube.com/watch?v=Jjbm9LYve54&index=12&list=PLpBcjfe9zvH7bEoIARtr0xr5eSejfbuBw
Negociar. (Del latín, negotiari).- Tratar por la vía diplomática, de potencia a potencia, un asunto, como untratado de alianza, de comercio, etc.
Ni instinto maternal ni alas de madre, lo que de verdad se te genera en cuanto el segundo niño llega a casa, es una vena templa gaitas que mete miedito. No sabes muy bien cómo, no sabes muy bien cuándo, pero ese don diplomático que desconocías tener, aflora y lo hace como un pavo real en pleno cortejo: cuando negocias, negocias a lo grande, sacando a relucir plumas y plumitas, porque lo único que importa es el objetivo. Sea cual sea, que no hay objetivo pequeño cuando a la paz familiar se refiere. Convivir con dos niños, con sus particularidades y sus personalidades, es un toma y daca, un ‘ahora tú, después él’, que no sabes si es compartir o turnar, pero en todo caso, es la panacea para que nada explote, incluso tú…
– ¡Chechechechéééé…! A ver, ¿qué pasa aquíííí…?
Ya, de muy buena mañana, la disputa está servida. Tengo los párpados tan hinchados que aun queriendo verles la carita entera, sólo alcanzo a adivinarlos por la ranura que tengo por ojos abiertos. Más que verlos, tengo la sensación de espiarlos, como si los controlase por debajo de la persiana. Aun así, me esfuerzo por abrirlos, pero algo me dice que no tengo párpados, tengo dos salchichas Frankfurt.
– Es que él dice que esto es suyo, pero es mío: ¡me lo regalaron a mí…! – Nicolás se afana en poner a salvo su nave de StarWars de las manos de su hermano, que no deja de saltar y saltar y saltar para hacerse con ella – ¡Mami, que me va a mordeeeer…!
El mayor se sube al sofá, emulando a una avestruz: cabeza entre los cojines, con los bracitos muuuuy pegados, protegiendo su preciado juguete.
– ¡Lorenzo, no se muerde! ¡No se muerde…! – Hago lo indecible porque se avenga a razones; para que se avenga a razones, y no me muerda a mí también. El primer tiento me lo llevo, pero el pequeño se arrepiente enseguidita.
– Sanasanaculitoderana, ¿sí?, valeeee… – Me da un beso en las rodillas, me sonríe, con sus dientes afilados y decididos, y aquí paz y después Gloria.
– Ni sana, sana ni culo de rana, hombre, que no se muerde, y ya está… – Sujeto con firmeza al bebé, que sigue en posición 3, 2, 1, mordisco va.
– Mamita, no lo sueltes, que viene a por mí… – Nicolás en modo visionario: la experiencia, la madre de todas las ciencias.
– Lorenzo, la nave de StarWars es de Nicolás, pero seguro que si se la pides con cariño, te la deja un ratito… – Sigo sin ver en Cinemascope, e intento forzar apertura para darle seguridad a mi intervención.
Aun sin espejo, estoy segura de que recuerdo mucho a un pez globo con orzuelos. Toda yo, esencia y elegancia matutina.
– ¡De eso nada, monada! La nave es mía. Me la regalaron a mí – Razón no le falta a mi mayor, no obstante…
– Claro que es tuya, amor, pero lo que hay en casa es de todos… – Trato, sin mucho éxito, de que el pequeño no meta sus manitos por entre los cojines, y le sise la nave de en cuestión – Oye, oyeeee: que te la tiene que dejar tu hermano, no podemos quitárselaaaa.
– Esanavesmía. Esanave es de Lorenzo…
Y nada como un niño empecinado en ir contra los elementos, contra los mandatos e imperativos, para que una fuerza descomunal lo posea. No tiene ni tres años, y cuando se pone, se pone. No sólo es capaz de zafarse de mis brazos, que quieren ser cepos, llegado el caso (este, sin ir más lejos), sino que, a poco que se empeñe, puede mover montañas. Vale, montañas, no, pero sillones…
– Mamita, ¿Lorenzo está moviendo el sillón con nuestros culos encima…? – Nicolás abandona su escondrijo entre cojines, y en una mezcla de fascinación-incredulidad ve como el bebé empuja, empuja y empuja el sillón, como si no pesásemos nadita de nada. Aquello de la insoportable levedad del ser, que narró el otro, nunca mejor dicho.
– Tal cual, hijo… – Estoy maravilla con la idea de haber parido un bebé, que en realidad es un superbebé.
– ¡Mamá, Lorenzo es como Hulk…! – Y Nicolás, desternillado de risa, mira como su hermano nos pasea, salón a través. A decir verdad, no es el único, porque en ese mismo instante, el paciente padre aparece en el lugar de los hechos, estupefacto ante la estampa.
– ¡Vaya, estamos de mudanza…! – Arguye, con gracia.
– No, no estamos de mudanza, estamos de viaje, ¿o es que no ves cómo vamos en sofá por toda la casa? –
Y el mayor sigue riéndose, lo que hace que el bebé se venga aun más arriba, y gracias a los fieltrillos que tenemos en las patas del mueble en cuestión, lo que era un viaje de ‘ahora os aparto y me dais la nave’, se vuelve una tourné de pared a pared.
– ¡Oiga, taxista, pare en la siguiente rotonda, que yo me bajo…! – Le digo, jocosa, al bebé, que me mira, complacido, ante la idea de ser el centro de atención.
– Noooo, bajar no: esanavesmía… – Y Lorenzo se tira en plancha sobre la nave de marras. Nicolás, que lo ve venir, la coge al vuelo (hay que ver qué bien encaja la metáfora), y sale huyendo, como si lo persiguiese un ñu.
– No es tuya. No es tuya. No es tuyaaaa… – Corre a todo lo que le dan los calcetines antes de acabar de bruces contra la mesa del comedor. H*stión por lo criminal: vaya piña, ay mamá.
– Ahora yasmía… – El pequeño, que es más largo que ancho, aprovecha la debilidad-percance de su hermano y se apropia de lo ajeno. Por fin, se había salido con la suya.
– ¡Eso no valeeee…! Mi hermano me quita la nave cuando casi casi se me cae un diente, ¿eso te parece bonito? Pues no lo es, ¿eh?, eso no es nada bonito… – Nicolás protesta, llevándose la mano a la boca, complacido de tener toda la piñata en su sitio.
– Lorenzo, pídele a tu hermano la nave por favor. A ver… – el paciente padre, todo un peace maker.
– Pofavó, no: navesmía. Es de Lorenzo… – Que no y que no. Pues muy bien que estamos.
– Lorenzo, ¿tú quieres jugar con la Tablet por la tarde? – El bebé menea la cabeza de arriba abajo, una y otra vez – Pues entonces, pídele la nave por favor a tu hermano, y si te la deja, perfecto…
– No, no es perfecto, porque no se la voy a dejar… – Nicolás se enfurruña y saca pucheros. Por el momento, la nave está custodiada en los brazos de papá.
– Sí que se la vas a dejar – Intento disuadir, hablando con calma – porque tú también quieres ir al cine el fin de semana – Valoro su carita, y veo que aun no ha mordido el anzuelo. Meto proyectiles de intensidad SúperMum – Y también quieres que compremos palomitas y refresco grande…
– ¿De los que traen un vaso de la peli de ‘Canta’? – Inquiere, ya con la miel en los labios.
– De ese mismo… – Sentencia el paciente padre, viendo la luz al final del túnel.
– ¡Lorenzo, toma, te dejo mi nave, que a mí me van a comprar un refresco en vaso de la peli de ‘Cantaaaaaa’!
En el mismo momento en el que el mayor le da la nave de StarWars al pequeño, se acaba el conflicto. Para asombro (cada vez menos, a decir verdad) del paciente padre y mío, en cuanto uno de los dos niños pierde interés en el objetivo a conseguir/proteger, se acaba el litigio. En ese mismo instante en el que nadie pugna por lo que no debe, las cosas se vuelven poco atrayentes. Así que, ahí estábamos dos adultos, a poco de amanecer, con un sueño que habría que hacer un estudio raspado para dar con el día de inicio, y con una nave de StarWars en las manos, y preguntándonos en qué momento nos creímos que ser padres no era también un juego de niños. Ni donde comen dos, comen tres; ni donde juegan dos, comparten dos. Siempre hay uno que cede, y lo importante, es que no lo entienda como derrota, sino como concesión benevolente, aunque para ello, haya que sobornar con un vaso de ‘Canta’. Anda que si me dan a mí el Ministerio de Cosa Exterior…
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