Entretenimiento

Así fue

Noe Martínez / LIVING LA VIDA MADRE

SUGERENCIA MUSICAL, «Así fue», de Juan Gabriel e Isabel Pantoja

 

Ilusión infinita, nervios y ganas de hacer pis, todo en una. Es que cuando eres niño, sin duda, la noche de Reyes es la más mágica de las noches. Y no sólo por los regalos, que entiendo negarlo es tontería, sino por todo lo que envuelve. Independientemente de que el misterio ya se haya resuelto, y en el tablero del Who is who? todo apunte a que ‘papá carga cajas + mamá envuelve + papá y mamá hacen malabares para que no los pillen’, no hay niño que no luche contra lo evidente y piense: ¿y si fuese verdad…?.
Bienvenidos todos al viaje al centro de mi vida remota. Pónganse cómodos, y abróchense los cinturones, que el trenecito de los buenos recuerdos, destino a Nunca Jamás, va a efectuar su salida: ¡chuchúúúúúú…! Así fue…

– A la cama pronto, que mañana hay que madrugar para ver qué dejaron los Reyes… – Mamá se afana porque mi hermano y yo nos metamos en la cama a una hora prudente, aunque sea una sola vez en el año.

– Es que no puedo dormiiiiir… – Con los ojos como platos, miro al techo y suspiro. Tengo el sueño de la vida, pero algo me impide dejarme ir. Llámalo ‘que por fin llegue mañana’, llámalo ‘imagínate que escucho ruidos de camellos por la noche y me c*go de miedito supermil’.

– Difícilmente puedes dormir si no cierras los ojos, Noe… – Mamá me acaricia los párpados, para ver si así, pero no hay tu tía. Que no.

– ¿Cómo voy a cerrar los ojos, mami? Así no me entero cuando me quedo dormida… – NoeVerdades de Verdad Verdadera, Tomo I.

– El sueño no se espera con los ojos abiertos, nena: eso es el autobús del cole…

Mamá se ríe, porque yo soy una mezcla heterogénea de ocurrencia y disparate. Supongo que mi profesión ya venía sugerida de serie: ‘Señora, ha tenido usted una cuenta historia, gracias. Envuélvala en una toquilla, dele leche en polvo Nativa cada tres horas, y cuando le salgan dientes, póngale un boli y una libreta en la mano. El resto, rodado, oiga’.

– Ya, pero imagínate que me quedo dormida y me olvido de que mañana hay regalos bajo el árbol… – Un escalofrío intenso me recorre de arriba abajo, de abajo arriba, de izquierda y derecha. La Yenka la inventé yo.

– Eso no va a pasar: seguro que de la emoción te despiertas antes de que salga el sol.

Y así era, porque mucho antes de que el cielo rasgase en colores de invierno, ahí estábamos mi hermano y yo, saltando sobre papá y mamá, al grito de ‘ya vinieron, ya vinieron, ya vinierooooon…’. Daba igual quién, daba igual si eran o no eran verdad, porque lo único importante era que el árbol parecía un almacenito de El Corte Inglés, rodeado de paquetes brillantes, con sus lazos, sus moñas y sus pegatinas identificativas, claramente manuscritas por mamá. No importaba nada saber, estar en lo cierto de que los Reyes no existían, porque si papá y mamá hacían su parte (itero: papá carga cajas + mamá envuelve + papá y mamá hacen malabares para que no los pillen), todo furrulaba a las mil maravillas. Y lo que más, la ilusión, ay, la ilusión…

– Papi, hay que levantarse porque nos aplastan… – Mamá, más dormida que despierta, buscaba, cómplice, el pie de papá, que se hacía el sordo en medio de este Tsunami, en un alarde de a ver si cuela y duermo cero coma más.

– ¡Me cachis en la mar serena…! – Papá fingía sorpresa, incorporándose en la cama, con los pelos a lo científico loco (pero un científico con poco pelo, eso sí) – ¿Pero cómo es eso? ¿Ya? ¿En serio han llegado?

¡No puede ser…!

Y de repente, en medio de la emoción, de la cama redonda en la que se había convertido el lecho marital de mis padres, oímos cómo suena el timbre. Nos quedamos quietos, cuajados. En otra circunstancia, quizá no la noche (aun no era de día del todo) de Reyes. Mamá, que siempre ha tenido dotes para la interpretación, agudiza el oído, simula no estar segura y pregunta, cual desideratio de opereta:

– ¿Sonó el timbre o me lo pareció a mí…? – Y nos mira, con ojos de Ágatha Christie.

– ¡Sonó, sí que sonó…! – Decimos al unísono los niños.

– ¿Y quién será tan tempranísimo, un día como hoy…?

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Vemos como se levanta, se pone la bata mullida y calentita, busca acomodo a sus pies dentro de las zapatillas de pompón, y se va, tris, tras, tris, tras, hacia la puerta. Queremos seguirla, más que nada, porque los regalos aguardan en el salón y no podemos esperar ni un segundo más para que empiece la algarabía y la locura de tira de aquí, rompe de allá, mira lo que me regalaron a mí. Pero papá nos dice que esperemos a que vuelva mamá.

– ¡Niños, mirad quién vino a veros…!

Ooooooooooooooooooooooooooooooooooooh, my God.

Madre del Amor Hermoso, acógeme en tu seno glorioso.

Fanfarrias, trompetas y alboroto, que por la puerta asoma un zorrito en una moto.

Mi hermano y yo, con el corazón latiendo a todo meter, vemos como en la habitación de mis padres entran dos Reyes Magos. Con la boca redonda como una rosca de Pascua, nos quedamos patitiesos, esperando a que, quizá, llegue un rayo y nos fulmine; o, quizá también, que alguien nos explique por qué sólo son dos, y no tres…

– ¡Mis queridos niños…! – Dice el Rey- Casi-Baltasar, destiñendo betún por doquier – ¿Habéis sido buenos este año…?

Nosotros contestamos con la cabeza: verbalizar es imposible, porque la estampa es delirante. Más que Reyes Magos, al ser dos solamente, envueltos en cortinajes brillantes y oversize, la cosa dispara la imaginación, y como nunca he sido de dejarme un chascarrillo de lado, susurro, sin querer…

– Mira… – Digo a mi hermano, por lo bajini – El de atrás debe ser Tino Casal, el de EloííííseeeEloíííseeeee…

Y lo fuese o no, de lo que no cabía duda, es de que tenía sentido del humor, porque arrancó a reír, cosa que provocó que se le cayese la corona-turbante, dejando al aire una calvicie, tapizada con cuatro pelos de lado a lado, que me recordaron a un compañero de trabajo de mi padre, un señor muy agradable, que siempre me daba caramelos de cubalibre cuando iba a visitarlo al despacho. Lo sé, si no se ha nacido en cerca de los 80, lo del caramelo sabor Cubalibre suena a retirada de custodia y posterior internamiento de los padres en un centro de recapitulación de conducta. Pero esos caramelos existían, eran para niños, eran sin alcohol (por supuesto), ¡y estaban que te caes de culo!

– ¿Y cómo es que sólo sois dos…? – Pregunta mi hermano, con las cejas arqueadas, a puntito de salírsele de la frente.

– Tenéis que perdonar, niños, pero Melchor se quedó encerrado en el ascensor, porque le dio al -2, en lugar de al 2, y ahora está ahí metido, llamando al timbre para que lo libere el presidente de la comunidad… – Gaspar se ríe a todo meter, no sé si de nervios, de jartá de chupitos de vino Sansón que los niños le hemos dejado al lado de las zapatillas o, simplemente, porque…

– ¡Tócate los h*evos, Martínez! ¿Y no va Romero y se queda encerrado en el ascensor? Llevamos un rato tocando al timbre de urgencias ZARDOYA OTIS, pero nada. Hay que llamar a los bomberos: debe estar pasando un calor de c*jones con toda esta ropa encima… – Gaspar-amigo de papá-regala caramelos de Cubalibre, le da la cabeza, y se le cae un mechón de la calva, de los que tapiza el cuero-no cabelludo, sobre la boca. Al intentar no comérselo, re refriega la mano por la boca, arrastrando el betún.

– Baltasar, te estás borrando… – Y señalo el desaguisado de su maquillaje – Como tengas muchas casas que visitar, vas a ir de blanquito del todo…

– No te preocupes, bonita, que como no excarcelemos a Melchor, de aquí, a Comisaría…

Y así fue, tal cual, porque aunque Garpar y Baltasar no tenían pinta de delincuentes comunes, su hábitat natural nada tenía que ver con camellos (o sí, pero no animales en todo caso), con túnicas a lo Demi Rousos, ni barbas tan postizas que recordaba al peluquín de Íñigo, figura televisiva de los ochenta, donde las haya. Aquellos dos entrañables e hilarantes seres haciéndose pasar por Reyes Magos de Oriente eran compañeros de trabajo de papá: eran policías. No sabíamos si Melchor, el que estaba encerrado en el ascensor también lo era, pero a quién le importaba eso: pocos niños de nuestro entorno podían fardar de haber tenido a dos Reyes Magos en casa. ¡Y no habíamos tenido a tres, porque el elevador era un falso y un Judas! Mi hermano y yo no creíamos en los Reyes Magos hacían mucho tiempo, ya no me acuerdo de cuánto, pero para qué quitarle la ilusión a papá y mamá, si era a ellos a los que les gustaba hacer de aquel día, el mejor del resto de nuestros días.

– Mami, ¿podemos ir a abrir los regalos mientras papi va a quitar al inspector Romero del ascensoooor…? – Digo, con absoluta normalidad, con cero traumas.

– ¡Claro, amor…! – Mami nos besa la frente, nos mira, feliz y orgullosa de los niños guapos que somos para ella y nos dice – Os los habéis ganado, porque no se puede ser mejores tipos que vosotros.

Así que, cuando esta noche yo me vea poniendo regalos a pie del árbol, sea yo la madre nerviosa que azuza al padre estresado para que acabe de montar lo que sea para que empiece con lo siguiente, será inevitable volver a ese origen de felicidades que ya no volverán, pero qué bien que hayan existido. Una vez más, cuando el sendero que has pisado mola tanto, repetir el paseíto es inevitable. Feliz noche de Reyes, chatos, y que tengan suerte y los tres Reyes Magos les visiten a la vez, porque ya se sabe que los ascensores son muy de atrapar al inspector Romero, advertidos quedan…

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