La palabra como utensilio (I)

Pedro H. Pineda / EL ARTE DE ESCRIBIR

No se escribe sólo con palabras.

No es buen pintor, no puede serlo —afirman los técnicos en la materia—, quien no sepa manejar los colores, quien se atreva a ignorar las calidades de los pigmentos que utiliza: verde esmeralda, carmín alizarina, azul ultramar, negro de humo,..

No es buen arquitecto, no puede serlo —calculo uno -quien desconozca la calidad de los diversos materiales de construcción, quien ignore cuándo, cómo y dónde ha de utilizar la piedra, el ladrillo o la madera.

Y así el escritor con su «materia prima»: la palabra. La precisión en el empleo del vocabulario es —debe ser— una de las exigencias fundamentales en el difícil y nunca bien aprendido arte de escribir.

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Pero con ser la palabra utensilio indispensable, no se crea por ello, ingenuamente, que se escribe sólo con vocablos, ni que a mayor dominio a más riqueza de vocabulario, mejor será el escritor. Si así fuera bastaría con aprenderse de memoria un Diccionario manual para convertirse en artista de la pluma. Pero si hacemos la prueba de contar las voces que integran el Diccionario de la Academia y las que conocemos utilizamos habitualmente, nos asombrará nuestra indigencia, nuestro mísero léxico.

De ahí la servidumbre y la grandeza del escritor de serlo a pesar de la escasez de sus medios de expresión. Porque aun en el caso imposible de un hombre que manejara todos o casi todos los vocablos de su idioma, tal hombre-monstruo se encontraría en ocasiones —eterno problema del matiz— con la embarazosa situación de no dar con la palabra exacta que tal o cual frase necesita o exige.

Tampoco el pintor utiliza en su paleta los miles y miles de tonos que la Naturaleza ofrece: los inagotables matices del verde, del rojo o del amarillo. El buen pintor sabe que basta con unos pocos colores bien manejados, con una sabia combinación de los primarios, secundarios, intermedios y complementarios. A base de ellos —doce en total— se puede obtener una infinita gama colorista. No es por ello mejor pintor el de paleta mejor surtida, sino quien más hábilmente combina, mezcla y contrasta a base de unos cuantos tonos fundamentales.

Y como el pigmento no es el cuadro, ni el ladrillo la casa, tampoco el vocablo es el libro. Quiere decirse que no se escribe sólo con palabras, escogiéndolas, una a una, como se escogen las manzanas en el mercado de frutas.

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