Antonio Gil-Terrón
Al hilo de los asesinatos perpetrados en Berlín, mientras -las hoy víctimas- realizaban sus compras pacíficamente en un mercado navideño, me pregunto -una vez más- dónde queda el perdón de los muertos.
Como cristianos, y haciendo de tripas corazón, perdonamos, o no, a quién nos hiere, a quien nos ofende, a quien nos arrebata lo que es nuestro; pero lo que no podemos perdonar es a quien nos ha robado la vida, entre otras cosas porque ya estamos muertos.
Así, los familiares de la víctima podrán perdonar o no, al asesino, pero lo único que estarán exculpando será el daño emocional y material que les afecte a ellos, nunca del asesinato cometido, porque ellos no son los muertos.
Y qué decir cuando son los gobiernos los que graciosa y generosamente perdonan mediante indultos, amnistías, borrones y cuentas nuevas, gracias especiales, y demás leches populistas, unas muertes que no son las suyas.
Perdón; perdón; perdón… Perdonará en el nombre de Dios el cura en el confesionario. ¡Pero dónde queda el perdón de los muertos!
Tal vez sea por eso que algunas personas, a pesar de haber recibido todo tipo de perdones, honestamente son incapaces de perdonarse a sí mismos, al ser conscientes de su incapacidad para poder reparar el daño hecho.
¿Dónde queda el perdón de los muertos? ¿Cómo van a poner la otra mejilla?
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