Antonio Gil-Terrón
En la cresta de la montaña, bajo el helado silbido de una incansable tramontana, se hallan las ruinas de un centenario Santuario.
A sus pies, en el valle, en el pequeño pueblo casi deshabitado que entre blasones dormita su sueño de glorias pasadas, me cuentan la historia de un anacoreta francés que buscando a Dios subió un día hasta el ruinoso monasterio; y digo yo que debió de encontrarlo, ya que desde entonces allí permanece.
Asciendo hasta el lugar tras recorrer un empinado y serpenteante camino, emboscado entre encinas y zarzales, hasta que desemboco en una pequeña explanada frente a la puerta del viejo monasterio.
Solo un silencio roto por el ulular del viento, me recibe en este mundo mágico donde habita Dios…, pero también el diablo, tal como pude comprobar personalmente.
De ello hace dos meses. Desde entonces he intentado en vano escribir lo que allí viví, pero no puedo. Tan solo diré que en mi soberbia creí oír la voz de Dios que me hablaba, cuando en realidad era el sibilino susurro del diablo.
Nos han vendido tanto la imagen de un malvado diablo con cuernos y patas de cabra, que nos han dejado indefensos frente a él y sus disfraces.
Que nadie espere que el diablo se presente como tal, porque no lo hará. Este príncipe del engaño y la mentira, se mostrará como un ser de Luz, bajo un halo de aparente bondad que no será más que la máscara que oculte su verdadera identidad.
@elvelorasgado
Agregar comentario